domingo, 27 de octubre de 2013

LOS SENSITIVOS




EL LIBRO DE LAS FACULTADES XVIII
ALLAN KARDEC
Versión castellana: Giuseppe Isgró C. 

Capítulo XVIII


LOS SENSITIVOS


Sensitivos de efectos físicos – Personas eléctricas –
Sensitivos sensibles o impresionables – Sensitivos auditivos –
Sensitivos parlantes – Sensitivos videntes –
Sensitivos sonámbulos – Sensitivos curativos –
Sensitivos pneumatógrafos.


1.  Cualquier persona que resienta, en determinado grado, la influencia de los Espíritus, es por este motivo un sensitivo.
Esta facultad es inherente al ser humano, y en consecuencia es un privilegio exclusivo; por lo cual existen pocas personas en las que no se encuentre alguna traza. Se puede decir, por lo tanto, que todos, quienes más y quienes menos, son sensitivos. Todavía, en el uso, esta calificación se aplica solamente a quienes cuya facultad espiritual es nítidamente caracterizada y se traduce con efectos evidentes de una cierta intensidad, por lo que depende de una organización más o menos sensitiva. Conviene, por otra parte, observar que esta facultad no se manifiesta en todos de la misma manera; los sensitivos tienen, generalmente, una actitud especial para uno u otro orden de fenómenos, lo que constituye otras tantas variedades tanto como son las variantes de las manifestaciones. Las principales son: Los sensitivos de efectos físicos, impresionables, auditivos, parlantes, videntes, sonámbulos, curativos, pneumatógrafos, escibientes o psicógrafos.

1. SENTITIVOS DE EFECTOS FÍSICOS

2.  Los sensitivos de efectos físicos son particularmente aptos para producir fenómenos materiales, como los movimientos de los cuerpos inertes, los ruidos, etcétera.
Se pueden dividir en sensitivos facultativos y sensitivos involuntarios. (Ver parte segunda, Cap. 2 y 4).
Los sensitivos facultativos son aquellos que tienen la conciencia de su poder, y producen los fenómenos espirituales por un acto de su voluntad. Esta facultad, aunque inherente a la especie humana, como hemos dicho, no existe para todos en el mismo grado; pero son pocas las personas en quienes su manifestación sea nula, aquellas aptas para producir los grandes efectos (como la suspensión de los cuerpos  pesados en el espacio, la traslación aérea y sobre todo las apariciones) son todavía más raras.
Los efectos más simples son aquellos de la rotación de un objeto, los de los golpes por medio de la elevación de este objeto, o en la substancia misma. Sin atribuir una importancia extraordinaria a estos fenómenos, nosotros invitamos, sin embargo, a no descuidarlos; ellos pueden dar lugar a observaciones interesantes y facilitar la convicción. Conviene, todavía, observar que la facultad de producir efectos materiales existe raramente en quienes tienen medios más perfectos de comunicación, como la escritura o la palabra. Generalmente, la facultad disminuye en un sentido en la medida en que ella se desarrolla en otro.
3.  Los sensitivos involuntarios o naturales, son aquellos cuya influencia se ejerce con su desconocimiento. Ellos no tienen ninguna conciencia de su poder, y con frecuencia lo que sucede de anormal a su alrededor, no le parece para nada extraordinario; esto hace parte de ellos mismos, absolutamente como las personas dotadas de la segunda vista y que no lo han imaginado en absoluto.
Estos sujetos son dignísimos de observación, y no se debe descuidar de recoger y de estudiar los hechos de este género que puedan llegar a nuestro conocimiento; ellos se manifiestan en cada edad, y con frecuencia en chavales muy jóvenes. (Ver Cap. 5, Manifestaciones espontáneas).
Esta facultad no es de por sí de un estado patológico, por cuanto es incompatible con una perfecta salud. Si aquel que la posee es alguien que sufre, esto depende de una causa extraña, y este es el motivo por el cual los medios terapéuticos son impotentes para hacerla cesar. Ella puede, en determinados casos, ser consecuencia de una cierta debilidad orgánica, pero no es nunca causa eficiente. No se sabría, por lo tanto, razonablemente, concebir alguna inquietud desde el punto de vista de higiénico. Ella podría tener algunos inconvenientes solamente cuando el sujeto, transformado en sensitivo facultativo, abusara de su facultad, por cuanto, entonces, habría de su parte una emisión muy abundante de fluido vital, y en consecuencia debilitamiento de los órganos.
4.  La razón se rebela a la idea de las torturas morales y corporales, a las cuales la ciencia ha, alguna vez, sometido seres débiles y delicados en vista de asegurarse que no hubiese fraude o engaño de su parte; estas experiencias, realizadas la mayor parte de las veces en forma malintencionada, son siempre dañinas para las personas sensitivas, y podrían derivarse graves desórdenes fisiológicos. Realizar tales pruebas implica un juego con la vida. El observador de buena fe no tiene necesidad de emplear estos medios; el que está familiarizado con esta clase de fenómenos sabe, por otra parte, que ellos pertenecen más al orden moral que al físico, y que se buscaría, en vano, la solución en nuestras ciencias exactas.
Es por esto que estos fenómenos tienen relación con el orden moral, se debe evitar con escrupuloso cuidado todo lo que pueda sobrexcitar la imaginación. Son notorias las circunstancias que pueden derivarse del temor, y se sería menos imprudentes si se conociesen todos los casos de locura y de epilepsia, que tienen su origen en cuentos de los lobos feroces y del hada madrina; qué se derivaría cuando se quisiese persuadir de que se encuentra involucrado el diablo? Quienes dan crédito a tales ideas no saben la responsabilidad que asumen: Podrían provocar la desencarnación! Ahora el peligro no lo hay solamente para el sujeto, sino, también, para aquellos que lo circundan, y que podrían asustarse del pensamiento de que su casa fuese una cueva de demonios. Esta funesta creencia fue la que causó tantas acciones atroces en tiempos de ignorancia. Todavía, con un poco de discernimiento, se habría debido pensar que, quemando el cuerpo que se creía poseído por el diablo, no se quemaba el diablo. Por cuanto se quería deshacer del diablo, era preciso, antes de todo quemar al diablo mismo; la Doctrina Espírita, iluminándonos sobre la verdadera causa de todos estos fenómenos, le da el golpe de gracia. Lejos, por lo tanto, de dar nacimiento a este pensamiento, se debe, y es un deber moral y de humanidad, combatirlo si existe.
Lo que conviene hacer cuando una símil facultad se desarrolla espontáneamente en un individuo, es dejar que el fenómeno siga su curso natural; la naturaleza es más prudente que los seres humanos: La Providencia, por otra parte, ve muy lejos, y el más mezquino individuo puede ser el instrumento de los más grandes designios. Pero, es necesario convenir que este fenómeno alcanza, alguna vez, proporciones graves e inoportunas para todos (1).  Esto es lo que en todos los casos conviene hacer. En el Cap. 5, Manifestaciones físicas espontáneas, hemos dado ya alguna sugerencia al respeto, diciendo que conviene buscar de ponerse en rapport con el Espíritu para saber por él lo que quiere. El medio siguiente está, igualmente, fundado en la observación.
Los seres invisibles, que revelan su presencia con efectos sensibles, son, en general, Espíritus de un orden inferior, que se pueden dominar por medio del ascendente moral. Y es este ascendiente que conviene adquirir. Para obtener este ascendiente, conviene hacer pasar al sujeto del estado de sensitivo natural, al de sensitivo facultativo. Se produce, entonces, un efecto similar al que se verifica en el sonambulismo. Se sabe que el sonambulismo natural cesa, generalmente, cuando es sustituido por el sonambulismo magnético. No se frena con esto la facultad emancipadora del Espíritu, pero se le da otro curso. Lo mismo ocurre para la facultad sensitiva. A esta señal, en cambio de impedir los fenómenos (lo que se alcanza raramente y que no es siempre sin peligro), es preciso estimular al sensitivo para producirlo a su voluntad, imponiéndose al Espíritu. Con este medio, él llega a dominarlo, y de un dominador alguna vez tiránico, se hace un ser subordinado y con frecuencia dulcísimo. Un hecho digno de atención, y justificado por la experiencia, es que, en un caso similar, un chaval tiene tanta, y con frecuencia más autoridad que un adulto; otra prueba del punto esencial de la Doctrina, según el cual el Espíritu no es chaval sino por el cuerpo, y tiene por sí mismo un desarrollo necesariamente anterior a su encarnación actual, desarrollo que puede otorgarle ascendiente sobre los Espíritus que les son inferiores en progreso.
La moralización del Espíritu por medio de consejos de una tercera persona influyente y experimentada, si el mismo sensitivo no se encuentra en grado de hacerlo, es con frecuencia un medio eficacísimo. Volveremos sobre el argumento más tarde.
5.  Parecería que pertenecen a esta categoría de sensitivos los individuos dotados de una cierta dosis de electricidad natural; verdaderos torpedos humanos, que producen con el simple contacto cualquier efecto de atracción o de  repulsión. Sería un error, en todo caso, retenerlos como sensitivos, por cuanto la verdadera facultad espiritual supone la intervención directa de un Espíritu; ahora, en los casos de los cuales hablamos, experiencias concluyentes han probado que la electricidad es el único agente de estos fenómenos.
Esta facultad bizarra, que casi podría denominarse como ausencia de salud, como puede notarse de la historia del Espíritu golpeador de Bergzabern, pero, con frecuencia ella es completamente independiente. Como hemos ya dicho, la sola prueba de la intervención de los Espíritus es el carácter inteligente de las manifestaciones; cada vez que este carácter es inexistente, se pueden atribuir con fundamento a una causa puramente física. La cuestión es la de saber si las personas eléctricas tendrían una mayor aptitud para transformarse en sensitivos de efectos físicos; nosotros lo pensamos, pero esto debe ser un resultado de la experiencia.

 2. Sensitivos sensibles o impresionables

6.  Se designan con este nombre a las personas susceptibles de sentir la presencia de los Espíritus por medio de una vaga impresión, una suerte de cosquilleo en todo el cuerpo, del cual ellas no pueden darse cuenta. Esta variedad no tiene un carácter bien definido; todos los sensitivos son necesariamente impresionables; la impresionabilidad es declarada de esta manera una cualidad general, más que especial; es la facultad rudimentaria indispensable para el desarrollo de todas las demás. Ella se diferencia de la impresionabilidad puramente física y nerviosa, con la cual no se debe confundir, por cuanto hay personas que no tienen los nervios delicados y que resienten más o menos el efecto de la presencia de los Espíritus, en el mismo modo que otras irritables en elevado grado no la resienten en absoluto.
Esta facultad se desarrolla con la costumbre, y puede adquirir una tal delicadeza que quien es dotado de la misma reconoce, de la impresión que resiente, no solamente la naturaleza buena o negativa del Espíritu que le permanece al lado, sino su individualidad, al igual que el ciego, casi por intuición, el acercarse de una determinada persona: él se transforma, en relación a los Espíritus, en un verdadero sensitivo. Un buen Espíritu hace siempre una impresión dulce y agradable; la de Espíritu inferior, por el contrario, es penosa, ansiosa y desagradable; se percibe como una sensación de impureza.

3. Sensitivos auditivos

7.  Estos sensitivos escuchan la voz de los Espíritus. Esto, como hemos dicho hablando de la pneumatofonía, es, alguna vez, una voz íntima que se percibe en el interior del oído; otras veces es una voz exterior, clara y definida, como la de una persona normal. Los sensitivos auditivos pueden de esta manera entrar en conversación con los Espíritus. Por cuanto ellos están inclinados a comunicarse con determinados Espíritus, los reconocen inmediatamente por el timbre de la voz. Aun cuando no se posea esta facultad, se puede, igualmente, comunicar con un Espíritu por medio de un sensitivo auditivo, que funge de intérprete. Esta facultad es muy agradable cuando el sensitivo trata con buenos Espíritus, o solamente con aquellos que él llama; pero la situación cambia de aspecto cuando un Espíritu se apega a él y le hace sentir, a cada momento, las cosas más desagradables, y, alguna vez, las más inconvenientes. Es preciso, entonces, desembarazarse con los medios que nosotros indicaremos en el capítulo  relativo a la Obsesión.   

4. Sensitivos parlantes

8.   Los sensitivos auditivos, que transmiten solamente lo que oyen, no son, propiamente hablando, sensitivos parlantes; estos últimos, en cambio, las más de las veces no oyen nada. Con éstos el Espíritu actúa sobre los órganos de la palabra, al igual que lo hace con la mano en los sensitivos psicógrafos. El Espíritu que quiere comunicarse se sirve del órgano que encuentra mayormente idóneo en el sensitivo; de uno tomará el uso de la mano, de otro la palabra, de un tercero el oído. El sensitivo parlante se expresa generalmente sin tener conciencia de lo que dice, y con frecuencia menciona cosas completamente extrañas a sus ideas habituales, a sus conocimientos, e inclusive lejos del alcance de su inteligencia. Aunque el sensitivo esté perfectamente despierto y en un estado normal, él raramente conserva el recuerdo de lo que ha dicho; en otros términos, la palabra es para el sensitivo un instrumento del que se sirve el Espíritu y con el cual una persona extraña puede entrar en comunicación, de la misma manera en que puede hacerlo con un sensitivo auditivo.
La pasividad del sensitivo parlante no es siempre completa; los hay de aquellos que tienen la intuición de lo que dicen en el momento mismo en que pronuncian las palabras. Regresaremos sobre esta variedad cuando trataremos de los sensitivos intuitivos.

5. Sensitivos videntes    

9.  Los sensitivos videntes están dotados de la facultad de ver a los Espíritus. Los hay de aquellos que gozan de esta facultad en el estado normal, aunque se encuentran perfectamente despiertos y conservan un exacto recuerdo; otros no lo tienen sino en el estado de sonambulismo o cercano al sonambulismo.
Esta facultad es raramente permanente: ella es casi siempre el efecto de una crisis momentánea y pasajera. Se pueden colocar en la categoría de los sensitivos videntes todos los individuos dotados de la segunda vista. La posibilidad de ver los Espíritus en sueño nace sin duda de una especie de facultad clarividente. Hemos explicado este fenómeno en el Cap. 6: Manifestaciones visuales.
El sensitivo vidente cree ver con los ojos, al igual que aquellos que están dotados de la segunda vista; pero en realidad es el Espíritu el que ve, y es esta la razón por la cual ellos ven tanto con los ojos cerrados como abiertos; de esto resulta que un ciego puede ver los Espíritus al igual que aquel que tiene buena vista. Se podría hacer, al respecto, un estudio muy interesante, el de saber si esta facultad es más frecuente entre los ciegos. Espíritus que fueron ciegos nos han dicho, estando encarnados, ellos tenían por vía extrasensorial la percepción de determinados objetos, y que no se encontraban inmersos en una obscuridad negra.
10.           Conviene distinguir las apariciones circunstanciales y espontáneas de la facultad propiamente dicha de ver a los Espíritus. Las primeras son frecuentes, sobre todo al momento de la desencarnación de personas amadas y conocidas, las cuales vienen a informar que ya no se encuentran en la dimensión física de la vida. Existen numerosos ejemplos de hechos similares ocurridos, sin hablar de las visiones durante el sueño. Otras veces, son parientes y amigos que, si bien desencarnados desde un tiempo más o menos lejano, aparecen, bien sea para advertir de un peligro, o para dar un consejo, o para solicitar que se haga algo para ellos. El servicio que puede reclamar un Espíritu consiste, generalmente, en el cumplimiento de algo que él no pudo hacer mientras se encontraba encarnado, o en solicitar asistencia espiritual por el pedido al Ser Universal. Estas apariciones son hechos aislados, que tienen siempre un carácter individual y personal, y no constituyen una facultad propiamente dicha. La facultad consiste en la posibilidad, si no permanente, por lo menos frecuentísima, de ver cualquier Espíritu, aún aquel que nos es más extraño. Esta es la verdadera facultad que caracteriza, hablando con propiedad, los sensitivos videntes.
Entre los sensitivos videntes los hay de aquellos que ven solamente a los Espíritus evocados, de los cuales pueden hacer la descripción con una minuciosa exactitud; ellos describen sus gestos en sus más mínimos detalles, como también la expresión de su fisonomía, sus gestos, su ropa, e inclusive los sentimientos de que parecen animados. Hay otros entre quienes esta facultad es más amplia; ellos ven toda la población espiritual circundante ir, venir, y se podría decir, atendiendo a sus intereses.
11.           Asistimos una noche a la representación de la obra Obreron en compañía de un óptimo sensitivo vidente. En la sala habían numerosos asientos libres, muchos de los cuales se encontraban ocupados por Espíritus, que parecían seguir el espectáculo; algunos se acercaban a determinados espectadores y parecía que escuchaban su conversación. Sobre el escenario se desarrollaba otra escena; detrás de los actores muchos Espíritus de humor jovial se divertían a reproducirlos, imitando sus gestos en modo grotesco; otros, más serios, parecían inspirar a los cantantes y hacer esfuerzos para transmitirles energía. Uno de ellos se encontraba constantemente cerca de una de las interpretes principal; nosotros creímos que él tuviese intenciones un poco ligeras; habiéndolo, después, llamado en el intervalo, él se acercó a nosotros, y nos recriminó con cierta severidad nuestro temerario juicio. –“No soy lo que creéis, -dijo él-; estoy encargado de dirigirla”. Después de algún instante de conversación muy seria, nos dejó diciéndonos: -“Adios!, ella está en su vestuario, es conveniente que vaya a vigilar sobre ella”. Evocamos, seguidamente, el Espíritu de Weber, autor de la obra, y le preguntamos qué pensaba de la ejecución de su trabajo. –“No está mal, -dijo él-, pero hay una cierta ausencia de intensidad; los actores cantan, y esto es todo, pero no hay en ello inspiración. Esperad, -agregó-, trataré de transmitirle un poco de fuego sagrado”. Entonces se le vio sobre la escena actuar por encima de los actores; un efluvio parecía emanar de él y se expandía sobre ellos; en aquel momento, se observó en los actores un visible aumento de energía.
12.           He aquí otro hecho que prueba la influencia ejercitada por los Espíritus sobre los seres humanos sin saberlo. Nos encontrábamos, al igual que en la noche antes reseñada, en una representación teatral con otro sensitivo vidente. Habiendo iniciado una conversación con un Espíritu espectador, éste nos dijo: -“Veis aquellas dos señoras solas en los asientos de la primera fila? Bien, soy capaz de hacerle abandonar la sala”. Dicho esto, se le vio colocarse sobre los asientos en cuestión, y hablar a las dos señoras; de repente, éstas, que estaban atentísimas al espectáculo, se miran, parecen consultarse, después se van y no regresan más. El Espíritu, entonces, nos hizo un gesto cómico para demostrar que había mantenido la palabra; pero no lo vimos más para pedirle explicaciones. De esta manera hemos podido ser, miles de veces, testigos del rol que juegan los Espíritus entre los encarnados. Los observamos en diversos sitios de reuniones, en bailes, en los conciertos, en las conferencias, en los funerales, en los convites, etcétera, y en todas partes se ha observado que avivaban las malas pasiones, insuflaban discordia, excitaban las risas y se alegraban de sus proezas; otros, al contrario, combatían esta perniciosa influencia, pero eran raramente escuchados.



lunes, 14 de octubre de 2013

PSICOGRAFÍA




EL LIBRO DE LAS FACULTADES –XVII-
Autor: Allan Kardec
Versión castellana: Giuseppe Isgró C.

Capítulo XVII


PSICOGRAFÍA



Psicografía indirecta: cestas y mesas
        Psicografía directa o manual.



1.  La ciencia espirita ha progresado al igual que todas, y más rápidamente aún que las demás, por cuanto al poco tiempo de utilizar medios primitivos e incompletos, que, comúnmente, se llamaban mesas parlantes, se ha llegado ya a la comunicación con los Espíritus tan fácilmente, y con eficacia, cuanto las personas pueden hacer entre ellas, y esto con los mismos medios: la escritura y la palabra. La escritura tiene sobretodo la ventaja de constatar materialmente la intervención de una potencia oculta, y de dejar huellas que pueden ser conservadas por nosotros, tal como se acostumbra con nuestra correspondencia. El primer medio empleado fue el de las mesas y el de las cestitas dotados de  lápiz, He aquí su disposición.
2.          Hemos dicho que una persona dotada de una aptitud especial puede imprimir un movimiento de rotación a una mesa, o bien a un objeto cualquiera. Tómese en vez de una mesa, una cestita de quince o veinte centímetros de diámetro (sea en vidrio u otro material; la substancia es indiferente). Si ahora, a través del fondo de esta cestita se hace pasar un lápiz firmemente ligado, con la punta externa hacia abajo, manteniendo dicha cestita en equilibrio sobre la punta del lápiz, y encima de una hoja de papel, colocando los dedos sobre la extremidad superior de la cestita, ésta comenzará a moverse; pero en vez de girar, conducirá el lápiz en diferentes sentidos sobre el papel, formando o signos insignificantes o caracteres de escritura.
Si un Espíritu es evocado y quiere comunicarse, responderá ya no con golpes como en la tiptología, sino con palabras escritas. El movimiento de la cestita no es más automático, como en las mesas parlantes, sino inteligente. En esta disposición, el lápiz, llegado a la extremidad de la línea, no regresa atrás para comenzar en la siguiente, sino continúa circularmente, de manera tal que la línea de escritura forma una espiral, lo que hace preciso levantar varias veces el papel para leer lo que está escrito. La escritura así obtenida no siempre es legible, no estando separadas las palabras; pero el sensitivo, por una especie de intuición, la descifra fácilmente. Se puede substituir, también, el papel y el lápiz por la pizarra y el yeso. Denominaremos a esta cestita con el nombre de trípode. Algunas veces, en vez de la cestita se utiliza una caja de cartón, formando el eje de apoyo con el lápiz.
3.  Muchas otras soluciones fueron imaginadas para conseguir el mismo fin. La más cómoda es la que nosotros denominaremos cestita con el pico, que consiste en adaptar sobre la cestita un soporte de leño inclinado, sobresaliente de diez a quince centímetros de un lado. En un hueco practicado en el extremo de este pico, se le hace pasar un lápiz bastante larga, de manera que la punta se apoye sobre el papel. Cuando el sensitivo pone los dedos sobre el extremo superior de la cestita, todo el aparato se mueve y el lápiz escribe como se indicó antes, con la diferencia de que la escritura es, en general, más legible, las palabras separadas, y las líneas no se encuentran más dispuestas en forma de espiral, sino como en la escritura ordinaria. Se obtienen, de esta manera, disertaciones de muchas páginas tan rápidamente como con la escritura manual.
4.  La inteligencia que actúa se manifiesta frecuentemente con otros signos no equívocos. Llegados al término de la página, el lápiz hace espontáneamente un movimiento para voltearla; queriendo retrotraerse a un pasaje precedente, en la misma página, o en otra, ella lo busca con la punta del lápiz, como se haría con el dedo; después lo subraya. Si después el Espíritu desea dirigirse a alguno de los presentes, la extremidad del soporte de leño se dirige hacía él. Para abreviar, él imprime las palabras sí y no con signos de afirmación y de negación similares a los que nosotros hacemos con la cabeza: si él quiere expresar cólera e impaciencia, golpea repetidamente con la punta del lápiz, y con frecuencia la rompe.
5.  En vez de la cestita, alguno se sirve de una pequeña tabla diseñada expresamente, de doce a quince centímetros de largo, cinco de alto, a tres pies, de los cuales el anterior tiene inserto el lápiz; los dos lados son redondos, o dotados de esferas, para deslizarse mejor sobre el papel. Otros se sirven, simplemente, de una tabla de superficie variable de quince a veinte centímetros cuadrados, triangular, oblonga u oval; sobre uno de los extremos hay un hueco oblicuo para colocar el lápiz; colocada con la finalidad de escribir, se encuentra inclinada, y se apoya por uno de sus lados sobre el papel; el lado apoyado sobre el papel algunas veces se encuentra dotado de dos pequeñas ruedas para facilitar el movimiento. Se comprende, del resto, que todas estas disposiciones nada tienen de absoluto; la más cómoda es la mejor.
Con todos estos aparatos conviene, casi siempre, actuar en dos; pero no es necesario que la segunda persona esté dotada de facultad desarrollada: ella sirve, únicamente, para mantener el equilibrio y a disminuir la fatiga del sensitivo.
6.  Se denomina psicografía indirecta la escritura así obtenida, en oposición a la escritura directa o manual obtenida por el mismo sensitivo. Para comprender este último procedimiento, conviene darse cuenta de lo que se verifica por este medio. El Espíritu extraño que se comunica, actúa sobre el sensitivo, el cual, bajo esta influencia, dirige maquinalmente su brazo y su mano para escribir, sin tener (es este, por lo menos, el caso más común) la mínima conciencia de lo que escribe; la mano actúa sobre la cestita y ésta sobre el lápiz. De esta manera, no es la cestita que se vuelve inteligente, sino que es un instrumento dirigido por una inteligencia; no es en realidad más que un portalápiz, una extensión de la mano, un intermediario entre la mano y el lápiz; eliminando este intermediario, y colocando el lápiz en la mano, vosotros tendréis el mismo resultado, con un mecanismo mucho más simple, por cuanto el sensitivo escribe tal como lo haría en condiciones normales; así, cualquier persona que escribe con la ayuda de la cestita, tableta u otro objeto, puede hacerlo, también, directamente.
   De todos los medios de comunicación, la escritura a mano, designada por algunos como escritura involuntaria, es sin duda el más simple, y el más cómodo, por cuanto no exige preparación y se presta como escritura corriente a los desarrollos más extendidos. Regresaremos sobre este argumento al hablar de los sensitivos.
7.  Al principio de las manifestaciones, cuando se tenían sobre el particular ideas menos precisas, muchos escritos fueron publicados con esta designación: -“Comunicaciones de una cestita, de una tableta, de una mesa”, etcétera. Se comprende hoy cómo estas expresiones eran insuficientes y erróneas, sin considerar su carácter poco serio.
En efecto, como se ha visto ya, las mesas, las tabletas, y las cestitas, no son más que instrumentos sin inteligencia, aunque, momentáneamente, animadas de una vida ficticia, y que nada pueden comunicar por sí mismas; esto sería tomar el efecto por la causa, el instrumento por el agente; tanto valdría que un autor pusiese en el frontispicio de su obra, que él la escribió con una pluma metálica o una pluma de oca. Estos instrumentos, por otra parte, no son absolutos. Conocemos algunos que, en cambio, de la cestita-trípode, descrita por nosotros, se servía de un embudo, en el cuelo del cual el pasaba un lápiz. Lo que es importante conocer, no es la naturaleza del instrumento, sino el modo en que se obtiene la comunicación. Si la comunicación tiene lugar por medio de la escritura, de cualquier naturaleza sea el portalápiz, esta modalidad se denomina psicografía; si es por medio de golpes: tiptología.

domingo, 6 de octubre de 2013

PNEUMATOGRAFÍA O ESCRITURA DIRECTA – PNEUMATOFONÍA


EL LIBRO DE LAS FACULTADES
Autor: Allan Kardec
Versión castellana y comentarios exegéticos:
Giuseppe Isgró C.

El primer libro de la historia en estudiar a fondo
las facultades espirituales por la mayor autoridad en la materia.

Capítulo XVI


PNEUMATOGRAFÍA O ESCRITURA DIRECTA –
PNEUMATOFONÍA



ESCRITURA DIRECTA

1. La pneumatografía es la escritura producida directamente por el Espíritu, sin ningún intermediario: ella se diferencia de la psicografía en cuanto ésta es la transmisión del pensamiento del Espíritu por medio de la escritura, sirviéndose de la mano de un sensitivo.
El fenómeno de la escritura directa es sin duda uno de los más extraordinarios de los estudiados por el Espiritismo; pero, por cuanto anormal pueda parecer, es al día de hoy un hecho real e incontrastable. Si la teoría es necesaria para rendirse cuenta de la posibilidad de los fenómenos espíritas en general, ella lo es, quizá, todavía más en este caso, que es, sin duda, uno de los más extraños que se han presentado hasta ahora, pero que cesa de parecer sobrenatural desde el momento en se explica el principio que le rige.
A la revelación de este fenómeno, el sentimiento dominante fue el de la duda; la idea de un fraude fue la primera; en efecto, todos conocen la acción de las tintas denominadas simpáticas, cuyas trazas, a primera vista invisibles, aparecen únicamente después de algún tiempo. Podía, por lo tanto, ser que se hubiese abusado de la credulidad, y nosotros no afirmaremos que esto no haya jamás acaecido; más bien estamos convencidos que alguno, sea con un fin mercenario, o únicamente por amor propio y para convencer de su potencia, ha empleado ciertos subterfugios. (Ver el capítulo de los fraudes).
Pero sería absurdo afirmar que una cosa no existe solamente porque ella no puede ser imitada. No se ha encontrado, quizá, en estos últimos tiempos, el medio de imitar la lucidez del sonambúlica hasta el punto de parecer verdadera? Y el hecho de que este truco de prestidigitador sea practicado en todas las ferias, permite afirmar que no existen verdaderos sonámbulos? Por del hecho que exista vino adulterado, sería quizá razonable deducir que no lo haya puro? Lo mismo puede decirse de la escritura directa; por otra parte, las precauciones para asegurarse de la realidad del fenómeno eran muy simples y fáciles, y, gracias a ellas, no puede, al día de hoy, quedar duda alguna.
2. Por cuanto la posibilidad de escribir sin intermediarios es un atributo de los Espíritus, y desde el momento en que los Espíritus han siempre existido, y han producido los diversos fenómenos que conocemos, y así, de esta manera, han debido siempre producir la escritura directa, tanto en la antigüedad como en nuestro días, pueden explicarse de las tres palabras aparecidas en la fiesta de Baltasar.
En la Edad Media, tan fecunda en prodigios ocultos, que fueron sofocados, por otra parte, con la hoguera, debió seguramente conocer la escritura directa, y quizá podría encontrarse  en la teoría de las modificaciones que los Espíritus pueden operar sobre la materia, (y que nosotros hemos desarrollado en el Cap. 8), el principio de la creencia de la trasmutación de los metales.

COMENTARIO EXEGÉTICO GIC: Es interesante estudiar la acción de los Espíritus en la Transmutación alquímica, asomada por primera vez sobre el particular.  

Prescindiendo de los resultados obtenidos en diversas épocas, no es sino después de la vulgarización de las manifestaciones espíritas que seriamente ha surgido la cuestión de la escritura directa. El primero que aparentemente la hizo conocer en Paris, a mediados del siglo XIX, fue el barón de Guldenstubbé, quien publicó una obra de gran interés sobre este argumento, la cual contiene un gran número de escritos fac-símiles por él obtenidos. El fenómeno era ya conocido en América desde hacía algún tiempo. La posición social del barón de Guldenstubbé, su independencia, y la consideración de la cual gozaba en la elevada sociedad, le quitan incontestablemente toda sospecha de fraude voluntario, por serle ajeno todo interés personal subalterno.

3. La escritura directa se obtiene, como en general la mayor parte de las manifestaciones espíritas no espontáneas, con el recogimiento, la oración y la evocación. Se han obtenido con frecuencia en centros de espiritualidad, en lugares de últimas moradas, y a los pies de las estatuas o imágenes de personajes que se evocan; pero es evidente que la localidad no tiene otra influencia que la de provocar un más profundo recogimiento, o una mayor concentración de pensamiento; por cuanto está comprobado que se obtienen, igualmente, sin estos accesorios y en los lugares más comunes, aún sobre un simple mueble doméstico, siempre que concurran las condiciones precisas de moralidad, y se goce de la facultad espiritual necesaria.
 Inicialmente se creía que era necesario depositar un lápiz sobre el papel; el hecho podía entonces explicarse hasta cierto punto. Se sabe que los Espíritus operan el movimiento y el desplazamiento de los objetos; que ellos los aferran y los lanzan, eventualmente, a través del espacio; ellos podían, por lo tanto, en el mismo modo, tomar el lápiz y servirse de él para trazar los caracteres; por cuanto pueden dar el impulso a la mano del sensitivo, y por medio de éste a la cestita, etcétera, ellos podrían, igualmente, hacerlo en manera directa. Pero no se tardó en reconocer que la presencia del lápiz no era para nada necesaria y que era suficiente un simple pliego de papel, doblado o no, sobre el cual se encontraban, después de algunos minutos, los caracteres trazados. Es aquí que el fenómeno cambia completamente de aspecto y nos conduce en un orden de cosas completamente nuevo. Estos caracteres son trazados con una substancia cualquiera; desde el momento en que no se le proporcionó esta substancia al Espíritu, se deriva de ello que debió haberla aportado, o compuesto; de dónde la obtuvo? Esta es la cuestión.
Si deseamos reportarnos a las explicaciones dadas en el Cap. 8, Nª  127 y 128, se encontrará allí la teoría completa de este fenómeno. En esta escritura, el Espíritu no se sirve ni de nuestras substancias, ni de nuestros instrumentos; fabrica él mismo la materia y los instrumentos de los cuales precisa, obteniendo sus materiales del elemento primitivo universal, al cual hace experimentar, con su voluntad, las modificaciones necesarias relativas al efecto que quiere obtener. Él puede, por lo tanto, fabricar tanto el lápiz rojo, o negro, como la tinta, en sus variantes, y aún los caracteres tipográficos tan resistentes para darle el relieve a la impronta, de los cuales hemos observados diversos ejemplos. La hija de un conocido nuestro, una joven de doce o trece años, ha obtenido páginas enteras escritas con una substancia similar al pastel.



COMENTARIO EXEGÉTICO DE GIC: En este fenómeno de escritura directa es preciso incluir los múltiples dibujos que en diversas partes del mundo suelen aparecer en pastos verdes, o secos, cuya precisión en los trazos y belleza en las formas, además del inherente simbolismo que encierran, reflejan una variante muy interesante de este fenómeno con el cual inteligencias espirituales llaman la atención de la humanidad. Un fenómeno digno de estudio, al igual que todas las facultades espirituales del ser humano por constituir un potencial a nuestro alcance con un fin previsto por la naturaleza de las cosas.




4.  Tal es el resultado al cual nos ha conducido el fenómeno de la tabaquera mencionado  en el Cap. 7, Nª 116, aprovechando la oportunidad para profundizar sobre una de las más profundas leyes del Espiritismo, cuyo conocimiento puede contener más de un misterio, aun del mundo visible. De este modo, de un hecho aparentemente vulgar puede manifestarse la luz; todo depende de la observación atenta, y esto es lo que todos pueden hacer, al igual que nosotros, es decir, no limitarse sólo a la observación de los efectos, sino en buscar la respectiva causa que los produce. Si nuestra certeza se ha fortalecido día a día, es porque hemos comprendido; haced, por lo tanto, comprender a vuestros seguidores si queréis hacer prosélitos  serios. La inteligencia de las causas tiene aún otro resultado, y es aquel capaz de trazar una línea de demarcación entre la verdad y la superstición. Si nosotros consideramos la escritura directa desde el punto de vista de las ventajas que ella puede ofrecer, diremos que su principal utilidad fue la constatación de un hecho significativo: es decir, la intervención de una potencia oculta, que por este medio encuentra un nuevo modo para manifestarse. Pero las comunicaciones que de esta manera se obtienen son raramente de alguna entidad; son, en general, espontáneas y limitadas a palabras, sentencias, frecuentemente a signos ininteligibles; se les ha obtenido en todas las lenguas: en griego, en latín, en árabe, en caracteres jeroglíficos, etcétera, pero ellos no se han prestado, todavía, a aquellos discursos completos y rápidos que permite la psicografía o la escritura mediumníca.

PNEUMATOFONÍA

5. Los Espíritus, pudiendo producir ruidos o golpes, pueden también hacer oír gritos de todo tipo y sonidos vocales, imitando la voz humana cerca de nosotros, o en el aire; es este el fenómeno que nosotros designamos con el nombre de pneumatofonía. Sirviéndonos del conocimiento que tenemos de la naturaleza de los Espíritus, se puede argüir que algunos de ellos, cuando son de un orden inferior, creen de hablar como si estuviesen encarnados. (Ver Revue Spirite, febrero 1858: Historia del Espíritu de la señorita Clairon).
Convendría todavía evitar el tomar por voces ocultas todos los sonidos que no tienen causa notoria o simples sonidos en los oídos, y sobre todo el creer que exista la más mínima verdad en la vulgar creencia que el oído en el que se manifiesta el ruido nos advierta que alguien esté hablando de nosotros. Estos sonidos, cuya causa es puramente fisiológica, no tienen por otra parte sentido alguno, mientras que los sonidos penumatofónicos expresan pensamientos, y de esto únicamente se puede reconocer que tienen su origen en una causa inteligente y no casual. Los efectos notoriamente inteligentes son los únicos que pueden atestiguar la intervención de los Espíritus; en cuanto a los otros existen cien probabilidades a favor y una en contra de que se deben a causas fortuitas.
6. Sucede con frecuencia que entre el sueño y la vigilia se pronuncien claramente algunas palabras, nombres y, eventualmente, frases enteras, y esto en modo bastante nítido capaz de hacer despertar sobresaltada a la persona en particular. Aun cuando en determinados casos pueda ocurrir que ésta sea realmente una manifestación, todavía este fenómeno no es suficientemente positivo para que pueda ser atribuido a una causa análoga a aquella que nosotros hemos desarrollado en la teoría de la alucinación. (Cap. 5, Nª 111 y siguientes). Lo que se siente de este modo no tiene, del resto, consecuencia alguna. La cosa cambia de aspecto cuando se está totalmente despiertos, por cuanto si la voz proviene de un Espíritu, se puede casi siempre tener con él un intercambio de pensamientos y sostener una conversación regular.
Los sonidos espíritas, o pneumatofónicos, tienen dos maneras bien diferentes de producirse: alguna vez es una voz íntima que resuena en el propio interior, pero aunque las palabras sean claras y nítidas, nada tienen, todavía, de material; otras veces ellas son exteriores, y tan bien articuladas, que parecen provenir de ciertas personas que se encuentran a nuestro lado.
El fenómeno de la pneumatofonía es casi siempre espontáneo, en cualquier modo que se produzca, y raramente puede ser provocado.