EL LIBRO DE LAS FACULTADES –VII-
-Una obra singular en la historia de la humanidad-
Autor: Allan Kardec
Versión castellana: Giuseppe Isgró C.
Capítulo VII
MANIFESTACIONES INTELIGENTES
1. En todo lo que hemos observado, hasta ahora, nada hay, ciertamente, que revele una inteligencia oculta, y estos efectos podrían explicarse por la acción de una corriente magnética o eléctrica o por la de un fluido cualquiera. Tal fue, de hecho, la primera explicación que se le dio a estos fenómenos, y que podía, con razón, pasar por muy lógica. Ella habría, sin duda, prevalecido, si otros hechos no hubiesen venido a demostrar su insuficiencia; éstos, constituyen la prueba de inteligencia que tales fenómenos han dado; ahora, debido a que cada efecto inteligente debe tener una causa análoga, era evidente que, aún admitiendo una acción de electricidad o de cualquier otro fluido, se le mezclaba otra causa. Cuál era ella? De qué inteligencia se trataba? He aquí lo que las sucesivas observaciones han permitido que se conozca.
2. Mientras que una manifestación sea inteligente, no es necesario que sea elocuente, ni de genio privilegiado o sabio; es suficiente que ella pruebe un acto libre y voluntario, el cual exprese una intención o responda a un pensamiento. Ciertamente, cuando se ve una bandera agitada por el viento, se tiene la certeza de que ella obedece a una impulsión mecánica; pero en cuanto se reconozca en los movimientos de la bandera algunos signos intencionales, si ella girase a la derecha o a la izquierda, en forma rápida o con lentitud, que indiquen la presencia de una voluntad directriz, sería preciso admitir, no que la bandera sea inteligente, sino que ella obedece a una inteligencia. Esto es lo que ocurre con la mesa.
3. Hemos visto a la mesa moverse, elevarse y dar golpes, bajo la influencia de uno o más sensitivos. El primer efecto inteligente observado fue aquel en que se vio a estos movimientos obedecer a la voluntad; de esta manera, sin cambiar de lugar, la mesa se elevaba alternativamente sobre el pie designado; después, recayendo, daba un determinado número de golpes, respondiendo a una pregunta. Otras veces, la mesa, sin el contacto de alguien, paseaba sola por la sala, yendo a la derecha, o a la izquierda, adelante o atrás, ejecutando movimientos diversos bajo la orden de los presentes. Es evidente, pero, que nosotros eliminamos toda suposición de fraude, y que admitamos la perfecta lealtad de los presentes, respaldada por su honorabilidad y total desinterés. Nos referiremos después a los supercheros, de quienes es prudente estar en guardia.
4. Por medio de los golpes, y sobre todo de los íntimos, de los cuales recién hemos hablado, se obtienen efectos todavía más inteligentes, como la imitación de diversas maneras de golpear el tambor, de explosiones, sonidos de disparos, o cañonazos; después el estridor de la sierra, los golpes de martillo, el ritmo de diferentes melodías, etcétera. Esto era, como se puede comprender, un vasto campo abierto a la exploración. Se dijo que, habiendo una inteligencia oculta, ella debía responder a las preguntas; y ella, de hecho, respondió con el “sí” y con el “no”, por medio de un número de golpes convencionales. Siendo, empero, estas respuestas insignificantes, se tuvo la idea de hacer que se señalasen las letras del alfabeto, y de componer, de esta manera, palabras y frases.
5. Estos hechos, renovados a voluntad por miles de personas y en todos los países, no podían dejar ninguna duda sobre la naturaleza inteligente de las manifestaciones. Surgió, entonces, una nueva duda, según la cual esta inteligencia no sería más que la del sensitivo, o del interrogante, o, también, la de los asistentes. La dificultad residía en explicar cómo esta inteligencia podía reflejarse en la mesa y traducirse por medio de golpes; habiendo sido constatado de que estos golpes no eran producidos por el sensitivo, entonces, ellos lo eran por el pensamiento. Ahora, el pensamiento que producía determinados golpes era un fenómeno más prodigioso, aún, de todos aquellos que se habían presenciado. La experiencia no tardó en demostrar la inadmisibilidad de esta opinión. De hecho, las respuestas se encontraban, con mucha frecuencia, en oposición formal con el pensamiento de los asistentes, más allá de la capacidad intelectual del sensitivo, y aún en idiomas ignorados por él, o expresando hechos desconocidos por todos. Los ejemplos son tan numerosos que es imposible que no haya sido testigo de ello quienquiera que se haya ocupado de las comunicaciones espirituales. Citaremos un hecho solo tal como nos fue reportado por un testigo ocular.
6. Sobre una nave de la marina imperial francesa, en estación por los mares de China, toda la tripulación, desde el marinero al estado mayor, se ocupaba en hacer hablar a las mesas. Se tuvo la idea de evocar el Espíritu de un lugarteniente del mismo buque, desencarnado dos años antes. Él vino, y después de diversas comunicaciones, que dejaron estupefactos a todos, dijo las siguientes palabras: -“Os ruego, encarecidamente, de hacerle pagar al capitán la suma de…(aquí indicaba el importe) que le debo y que lamento de no haberle podido reembolsar antes del acto de la desencarnación”. Nadie conocía el hecho; el capitán mismo había olvidado este préstamo, por lo demás insignificante, pero, buscando entre sus notas, encontró el registro de la deuda del lugarteniente, cuya cifra correspondía, exactamente, a la que indicase. Nosotros nos preguntamos de cuál pensamiento pudiese ser el reflejo esta indicación.
7. Se perfeccionó el arte de comunicar con golpes alfabéticos, pero el método era muy lento; no obstante esto, se obtuvieron comunicaciones de cierta extensión, y también interesantes, acerca del mundo espiritual. Los Espíritus indicaron otros medios; y solamente a ellos se debe el de las comunicaciones escritas.
Las primeras comunicaciones de este género tuvieron lugar adaptando un lápiz al pie de una mesita ligera, apoyada sobre una hoja de papel. La mesita, movida por la influencia del sensitivo, se puso a trazar, gradualmente, caracteres, palabras y frases. Luego, este medio se simplificó sirviéndose de pequeñas mesas del tamaño de la mano, hechas a tal fin; después se usaron cestitas, cajas de cartón, y finalmente, simples tablitas. La escritura era tan fluida, rápida y fácil, como si fuese hecha con la mano, pero se reconoció, más tarde, que todos estos objetos, no eran, en últimas instancias, más que accesorios, verdaderos portalápices de los cuales se podía prescindir, teniéndose por sí mismo el lápiz. Y la mano, conducida por un movimiento involuntario, escribía bajo el impulso recibido del Espíritu, y sin el concurso de la voluntad, ni del pensamiento del sensitivo.
Desde aquel momento, las comunicaciones espirituales no tuvieron más límites que la correspondencia habitual entre los vivientes. Regresaremos sobre estos diferentes medios los cuales explicaremos de manera particular, y extensamente. Los hemos esbozados en forma rápida para mostrar la sucesión de los hechos que nos condujeron a constatar, en estos fenómenos, la intervención de las inteligencias inherentes, denominadas: Espíritus.
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