EL LIBRO DE LAS FACULTADES XVIII
ALLAN KARDEC
Versión castellana: Giuseppe Isgró C.
Capítulo XVIII
LOS SENSITIVOS
Sensitivos de efectos
físicos – Personas eléctricas –
Sensitivos sensibles
o impresionables – Sensitivos auditivos –
Sensitivos parlantes
– Sensitivos videntes –
Sensitivos sonámbulos
– Sensitivos curativos –
Sensitivos
pneumatógrafos.
1. Cualquier
persona que resienta, en determinado grado, la influencia de los Espíritus, es
por este motivo un sensitivo.
Esta facultad es inherente al ser humano, y
en consecuencia es un privilegio exclusivo; por lo cual existen pocas personas
en las que no se encuentre alguna traza. Se puede decir, por lo tanto, que
todos, quienes más y quienes menos, son sensitivos. Todavía, en el uso, esta
calificación se aplica solamente a quienes cuya facultad espiritual es
nítidamente caracterizada y se traduce con efectos evidentes de una cierta
intensidad, por lo que depende de una organización más o menos sensitiva.
Conviene, por otra parte, observar que esta facultad no se manifiesta en todos
de la misma manera; los sensitivos tienen, generalmente, una actitud especial
para uno u otro orden de fenómenos, lo que constituye otras tantas variedades
tanto como son las variantes de las manifestaciones. Las principales son: Los
sensitivos de efectos físicos, impresionables, auditivos, parlantes, videntes,
sonámbulos, curativos, pneumatógrafos, escibientes o psicógrafos.
1. SENTITIVOS DE EFECTOS FÍSICOS
2. Los
sensitivos de efectos físicos son particularmente aptos para producir fenómenos
materiales, como los movimientos de los cuerpos inertes, los ruidos, etcétera.
Se pueden dividir en sensitivos facultativos y sensitivos involuntarios. (Ver parte
segunda, Cap. 2 y 4).
Los
sensitivos facultativos son aquellos que tienen la
conciencia de su poder, y producen los fenómenos espirituales por un acto de su
voluntad. Esta facultad, aunque inherente a la especie humana, como hemos
dicho, no existe para todos en el mismo grado; pero son pocas las personas en
quienes su manifestación sea nula, aquellas aptas para producir los grandes
efectos (como la suspensión de los cuerpos
pesados en el espacio, la traslación aérea y sobre todo las apariciones)
son todavía más raras.
Los efectos más simples son aquellos de la
rotación de un objeto, los de los golpes por medio de la elevación de este
objeto, o en la substancia misma. Sin atribuir una importancia extraordinaria a
estos fenómenos, nosotros invitamos, sin embargo, a no descuidarlos; ellos
pueden dar lugar a observaciones interesantes y facilitar la convicción.
Conviene, todavía, observar que la facultad de producir efectos materiales
existe raramente en quienes tienen medios más perfectos de comunicación, como
la escritura o la palabra. Generalmente, la facultad disminuye en un sentido en
la medida en que ella se desarrolla en otro.
3. Los
sensitivos involuntarios o naturales,
son aquellos cuya influencia se ejerce con su desconocimiento. Ellos no tienen
ninguna conciencia de su poder, y con frecuencia lo que sucede de anormal a su
alrededor, no le parece para nada extraordinario; esto hace parte de ellos
mismos, absolutamente como las personas dotadas de la segunda vista y que no lo
han imaginado en absoluto.
Estos sujetos son dignísimos de
observación, y no se debe descuidar de recoger y de estudiar los hechos de este
género que puedan llegar a nuestro conocimiento; ellos se manifiestan en cada
edad, y con frecuencia en chavales muy jóvenes. (Ver Cap. 5, Manifestaciones espontáneas).
Esta facultad no es de por sí de un estado
patológico, por cuanto es incompatible con una perfecta salud. Si aquel que la
posee es alguien que sufre, esto depende de una causa extraña, y este es el
motivo por el cual los medios terapéuticos son impotentes para hacerla cesar.
Ella puede, en determinados casos, ser consecuencia de una cierta debilidad
orgánica, pero no es nunca causa eficiente. No se sabría, por lo tanto,
razonablemente, concebir alguna inquietud desde el punto de vista de higiénico.
Ella podría tener algunos inconvenientes solamente cuando el sujeto,
transformado en sensitivo facultativo, abusara de su facultad, por cuanto, entonces,
habría de su parte una emisión muy abundante de fluido vital, y en consecuencia
debilitamiento de los órganos.
4. La
razón se rebela a la idea de las torturas morales y corporales, a las cuales la
ciencia ha, alguna vez, sometido seres débiles y delicados en vista de
asegurarse que no hubiese fraude o engaño de su parte; estas experiencias, realizadas la mayor parte
de las veces en forma malintencionada, son siempre dañinas para las personas
sensitivas, y podrían derivarse graves desórdenes fisiológicos. Realizar tales
pruebas implica un juego con la vida. El observador de buena fe no tiene
necesidad de emplear estos medios; el que está familiarizado con esta clase de
fenómenos sabe, por otra parte, que ellos pertenecen más al orden moral que al
físico, y que se buscaría, en vano, la solución en nuestras ciencias exactas.
Es por esto que estos fenómenos tienen
relación con el orden moral, se debe evitar con escrupuloso cuidado todo lo que
pueda sobrexcitar la imaginación. Son notorias las circunstancias que pueden
derivarse del temor, y se sería menos imprudentes si se conociesen todos los
casos de locura y de epilepsia, que tienen su origen en cuentos de los lobos
feroces y del hada madrina; qué se derivaría cuando se quisiese persuadir de
que se encuentra involucrado el diablo? Quienes dan crédito a tales ideas no
saben la responsabilidad que asumen: Podrían provocar la desencarnación! Ahora
el peligro no lo hay solamente para el sujeto, sino, también, para aquellos que
lo circundan, y que podrían asustarse del pensamiento de que su casa fuese una
cueva de demonios. Esta funesta creencia fue la que causó tantas acciones
atroces en tiempos de ignorancia. Todavía, con un poco de discernimiento, se
habría debido pensar que, quemando el cuerpo que se creía poseído por el
diablo, no se quemaba el diablo. Por cuanto se quería deshacer del diablo, era
preciso, antes de todo quemar al diablo mismo; la Doctrina Espírita ,
iluminándonos sobre la verdadera causa de todos estos fenómenos, le da el golpe
de gracia. Lejos, por lo tanto, de dar
nacimiento a este pensamiento, se debe, y es un deber moral y de humanidad,
combatirlo si existe.
Lo que conviene hacer cuando una símil
facultad se desarrolla espontáneamente en un individuo, es dejar que el
fenómeno siga su curso natural; la naturaleza es más prudente que los seres
humanos: La Providencia ,
por otra parte, ve muy lejos, y el más mezquino individuo puede ser el
instrumento de los más grandes designios. Pero, es necesario convenir que este
fenómeno alcanza, alguna vez, proporciones graves e inoportunas para todos
(1). Esto es lo que en todos los casos
conviene hacer. En el Cap. 5, Manifestaciones
físicas espontáneas, hemos dado ya alguna sugerencia al respeto, diciendo
que conviene buscar de ponerse en rapport
con el Espíritu para saber por él lo que quiere. El medio siguiente está,
igualmente, fundado en la observación.
Los seres invisibles, que revelan su
presencia con efectos sensibles, son, en general, Espíritus de un orden
inferior, que se pueden dominar por medio del ascendente moral. Y es este
ascendiente que conviene adquirir. Para obtener este ascendiente, conviene
hacer pasar al sujeto del estado de sensitivo
natural, al de sensitivo facultativo.
Se produce, entonces, un efecto similar al que se verifica en el
sonambulismo. Se sabe que el sonambulismo natural cesa, generalmente, cuando es
sustituido por el sonambulismo magnético. No se frena con esto la facultad
emancipadora del Espíritu, pero se le da otro curso. Lo mismo ocurre para la
facultad sensitiva. A esta señal, en cambio de impedir los fenómenos (lo que se
alcanza raramente y que no es siempre sin peligro), es preciso estimular al
sensitivo para producirlo a su voluntad, imponiéndose al Espíritu. Con este
medio, él llega a dominarlo, y de un dominador alguna vez tiránico, se hace un
ser subordinado y con frecuencia dulcísimo. Un hecho digno de atención, y
justificado por la experiencia, es que, en un caso similar, un chaval tiene
tanta, y con frecuencia más autoridad que un adulto; otra prueba del punto
esencial de la Doctrina ,
según el cual el Espíritu no es chaval sino por el cuerpo, y tiene por sí mismo
un desarrollo necesariamente anterior a su encarnación actual, desarrollo que
puede otorgarle ascendiente sobre los Espíritus que les son inferiores en
progreso.
La moralización del Espíritu por medio de
consejos de una tercera persona influyente y experimentada, si el mismo
sensitivo no se encuentra en grado de hacerlo, es con frecuencia un medio
eficacísimo. Volveremos sobre el argumento más tarde.
5. Parecería
que pertenecen a esta categoría de sensitivos los individuos dotados de una
cierta dosis de electricidad natural; verdaderos torpedos humanos, que producen con el simple contacto cualquier
efecto de atracción o de repulsión.
Sería un error, en todo caso, retenerlos como sensitivos, por cuanto la verdadera facultad espiritual supone la
intervención directa de un Espíritu; ahora, en los casos de los cuales
hablamos, experiencias concluyentes han probado que la electricidad es el único
agente de estos fenómenos.
Esta facultad bizarra, que casi podría
denominarse como ausencia de salud, como puede notarse de la historia del
Espíritu golpeador de Bergzabern, pero,
con frecuencia ella es completamente independiente. Como hemos ya dicho, la
sola prueba de la intervención de los Espíritus es el carácter inteligente de
las manifestaciones; cada vez que este carácter es inexistente, se pueden
atribuir con fundamento a una causa puramente física. La cuestión es la de
saber si las personas eléctricas tendrían
una mayor aptitud para transformarse en sensitivos
de efectos físicos; nosotros lo pensamos, pero esto debe ser un resultado
de la experiencia.
2.
Sensitivos sensibles o impresionables
6. Se
designan con este nombre a las personas susceptibles de sentir la presencia de
los Espíritus por medio de una vaga impresión, una suerte de cosquilleo en todo
el cuerpo, del cual ellas no pueden darse cuenta. Esta variedad no tiene un
carácter bien definido; todos los sensitivos son necesariamente impresionables;
la impresionabilidad es declarada de esta manera una cualidad general, más que
especial; es la facultad rudimentaria indispensable para el desarrollo de todas
las demás. Ella se diferencia de la impresionabilidad puramente física y
nerviosa, con la cual no se debe confundir, por cuanto hay personas que no
tienen los nervios delicados y que resienten más o menos el efecto de la
presencia de los Espíritus, en el mismo modo que otras irritables en elevado
grado no la resienten en absoluto.
Esta facultad se desarrolla con la
costumbre, y puede adquirir una tal delicadeza que quien es dotado de la misma
reconoce, de la impresión que resiente, no solamente la naturaleza buena o
negativa del Espíritu que le permanece al lado, sino su individualidad, al
igual que el ciego, casi por intuición, el acercarse de una determinada
persona: él se transforma, en relación a los Espíritus, en un verdadero
sensitivo. Un buen Espíritu hace siempre una impresión dulce y agradable; la de
Espíritu inferior, por el contrario, es penosa, ansiosa y desagradable; se
percibe como una sensación de impureza.
3. Sensitivos auditivos
7. Estos
sensitivos escuchan la voz de los Espíritus. Esto, como hemos dicho hablando de
la pneumatofonía, es, alguna vez, una voz íntima que se percibe en el interior
del oído; otras veces es una voz exterior, clara y definida, como la de una
persona normal. Los sensitivos auditivos pueden de esta manera entrar en
conversación con los Espíritus. Por cuanto ellos están inclinados a
comunicarse con determinados Espíritus, los reconocen inmediatamente por el
timbre de la voz. Aun cuando no se posea esta facultad, se puede, igualmente,
comunicar con un Espíritu por medio de un sensitivo auditivo, que funge de
intérprete. Esta facultad es muy agradable cuando el sensitivo trata con buenos
Espíritus, o solamente con aquellos que él llama; pero la situación cambia de
aspecto cuando un Espíritu se apega a él y le hace sentir, a cada momento, las
cosas más desagradables, y, alguna vez, las más inconvenientes. Es preciso,
entonces, desembarazarse con los medios que nosotros indicaremos en el
capítulo relativo a la Obsesión.
4. Sensitivos parlantes
8. Los sensitivos auditivos, que transmiten
solamente lo que oyen, no son, propiamente hablando, sensitivos parlantes; estos últimos, en cambio, las más de las
veces no oyen nada. Con éstos el Espíritu actúa sobre los órganos de la
palabra, al igual que lo hace con la mano en los sensitivos psicógrafos. El
Espíritu que quiere comunicarse se sirve del órgano que encuentra mayormente
idóneo en el sensitivo; de uno tomará el uso de la mano, de otro la palabra, de
un tercero el oído. El sensitivo parlante se expresa generalmente sin tener
conciencia de lo que dice, y con frecuencia menciona cosas completamente
extrañas a sus ideas habituales, a sus conocimientos, e inclusive lejos del
alcance de su inteligencia. Aunque el sensitivo esté perfectamente despierto y
en un estado normal, él raramente conserva el recuerdo de lo que ha dicho; en
otros términos, la palabra es para el sensitivo un instrumento del que se sirve
el Espíritu y con el cual una persona extraña puede entrar en comunicación, de
la misma manera en que puede hacerlo con un sensitivo auditivo.
La pasividad del sensitivo parlante no es
siempre completa; los hay de aquellos que tienen la intuición de lo que dicen
en el momento mismo en que pronuncian las palabras. Regresaremos sobre esta
variedad cuando trataremos de los sensitivos intuitivos.
5. Sensitivos videntes
9. Los
sensitivos videntes están dotados de la facultad de ver a los Espíritus. Los
hay de aquellos que gozan de esta facultad en el estado normal, aunque se
encuentran perfectamente despiertos y conservan un exacto recuerdo; otros no lo
tienen sino en el estado de sonambulismo o cercano al sonambulismo.
Esta facultad es raramente permanente: ella
es casi siempre el efecto de una crisis momentánea y pasajera. Se pueden
colocar en la categoría de los sensitivos videntes todos los individuos dotados
de la segunda vista. La posibilidad de ver los Espíritus en sueño nace sin duda
de una especie de facultad clarividente. Hemos explicado este fenómeno en el
Cap. 6: Manifestaciones visuales.
El sensitivo vidente cree ver con los ojos,
al igual que aquellos que están dotados de la segunda vista; pero en realidad
es el Espíritu el que ve, y es esta la razón por la cual ellos ven tanto con
los ojos cerrados como abiertos; de esto resulta que un ciego puede ver los
Espíritus al igual que aquel que tiene buena vista. Se podría hacer, al
respecto, un estudio muy interesante, el de saber si esta facultad es más
frecuente entre los ciegos. Espíritus que fueron ciegos nos han dicho, estando
encarnados, ellos tenían por vía extrasensorial la percepción de determinados
objetos, y que no se encontraban inmersos en una obscuridad negra.
10.
Conviene distinguir las apariciones
circunstanciales y espontáneas de la facultad propiamente dicha de ver a los
Espíritus. Las primeras son frecuentes, sobre todo al momento de la
desencarnación de personas amadas y conocidas, las cuales vienen a informar que
ya no se encuentran en la dimensión física de la vida. Existen numerosos
ejemplos de hechos similares ocurridos, sin hablar de las visiones durante el
sueño. Otras veces, son parientes y amigos que, si bien desencarnados desde un
tiempo más o menos lejano, aparecen, bien sea para advertir de un peligro, o
para dar un consejo, o para solicitar que se haga algo para ellos. El servicio
que puede reclamar un Espíritu consiste, generalmente, en el cumplimiento de
algo que él no pudo hacer mientras se encontraba encarnado, o en solicitar
asistencia espiritual por el pedido al Ser Universal. Estas apariciones son
hechos aislados, que tienen siempre un carácter individual y personal, y no
constituyen una facultad propiamente dicha. La facultad consiste en la
posibilidad, si no permanente, por lo menos frecuentísima, de ver cualquier
Espíritu, aún aquel que nos es más extraño. Esta es la verdadera facultad que
caracteriza, hablando con propiedad, los sensitivos videntes.
Entre los sensitivos videntes los hay de
aquellos que ven solamente a los Espíritus evocados, de los cuales pueden hacer
la descripción con una minuciosa exactitud; ellos describen sus gestos en sus
más mínimos detalles, como también la expresión de su fisonomía, sus gestos, su
ropa, e inclusive los sentimientos de que parecen animados. Hay otros entre
quienes esta facultad es más amplia; ellos ven toda la población espiritual
circundante ir, venir, y se podría decir, atendiendo a sus intereses.
11.
Asistimos una noche a la
representación de la obra Obreron en
compañía de un óptimo sensitivo vidente. En la sala habían numerosos asientos
libres, muchos de los cuales se encontraban ocupados por Espíritus, que
parecían seguir el espectáculo; algunos se acercaban a determinados
espectadores y parecía que escuchaban su conversación. Sobre el escenario se
desarrollaba otra escena; detrás de los actores muchos Espíritus de humor
jovial se divertían a reproducirlos, imitando sus gestos en modo grotesco;
otros, más serios, parecían inspirar a los cantantes y hacer esfuerzos para
transmitirles energía. Uno de ellos se encontraba constantemente cerca de una
de las interpretes principal; nosotros creímos que él tuviese intenciones un
poco ligeras; habiéndolo, después, llamado en el intervalo, él se acercó a
nosotros, y nos recriminó con cierta severidad nuestro temerario juicio. –“No
soy lo que creéis, -dijo él-; estoy encargado de dirigirla”. Después de algún
instante de conversación muy seria, nos dejó diciéndonos: -“Adios!, ella está
en su vestuario, es conveniente que vaya a vigilar sobre ella”. Evocamos,
seguidamente, el Espíritu de Weber, autor de la obra, y le preguntamos qué
pensaba de la ejecución de su trabajo. –“No está mal, -dijo él-, pero hay una
cierta ausencia de intensidad; los actores cantan, y esto es todo, pero no hay
en ello inspiración. Esperad, -agregó-, trataré de transmitirle un poco de
fuego sagrado”. Entonces se le vio sobre la escena actuar por encima de los
actores; un efluvio parecía emanar de él y se expandía sobre ellos; en aquel
momento, se observó en los actores un visible aumento de energía.
12.
He aquí otro hecho que prueba la
influencia ejercitada por los Espíritus sobre los seres humanos sin saberlo.
Nos encontrábamos, al igual que en la noche antes reseñada, en una representación
teatral con otro sensitivo vidente. Habiendo iniciado una conversación con un Espíritu espectador, éste nos dijo:
-“Veis aquellas dos señoras solas en los asientos de la primera fila? Bien, soy
capaz de hacerle abandonar la sala”. Dicho esto, se le vio colocarse sobre los
asientos en cuestión, y hablar a las dos señoras; de repente, éstas, que
estaban atentísimas al espectáculo, se miran, parecen consultarse, después se
van y no regresan más. El Espíritu, entonces, nos hizo un gesto cómico para demostrar
que había mantenido la palabra; pero no lo vimos más para pedirle
explicaciones. De esta manera hemos podido ser, miles de veces, testigos del
rol que juegan los Espíritus entre los encarnados. Los observamos en diversos
sitios de reuniones, en bailes, en los conciertos, en las conferencias, en los
funerales, en los convites, etcétera, y en todas partes se ha observado que
avivaban las malas pasiones, insuflaban discordia, excitaban las risas y se
alegraban de sus proezas; otros, al contrario, combatían esta perniciosa
influencia, pero eran raramente escuchados.