EL LIBRO DE LAS FACUILTADES I
AUTOR: ALLAN KARDEC
Versión castellana: Giuseppe Isgró C.
Capítulo I
EXISTEN LOS ESPÍRITUS?
1. La duda en torno a la existencia de los Espíritus tiene por causa primera la ignorancia de su verdadera naturaleza. Ellos vienen considerados, en general, como seres aparte en la creación, y de los cuales no se encuentra demostrada su necesidad. Muchos los conocen, únicamente, por haber oído hablar de ellos en los cuentos fantásticos mediante los cuales fueron criados, en forma similar a la manera como se conoce la historia a través de las novelas; sin inquirir si estas narraciones, mezclados en accesorios ridículos, reposan sobre un fondo de verdad. Solamente su lado absurdo le impacta, sin esforzarse por quitarle la amarga corteza para descubrir la almendra; ellos desechan todo, al igual que lo hacen en la espiritualidad quienes, observando determinados abusos, confunden todo en la misma reprobación.
Sea cual fuere la idea que se haga cada quien de los Espíritus, esta creencia está fundada, necesariamente, sobre la existencia de un principio inteligente, aparte de la materia; dicha percepción es incompatible con la negación absoluta de este principio.
Nosotros tomamos, por lo tanto, nuestro punto de partida en la existencia, en la supervivencia y en la individualidad del Espíritu, de la cual el espiritualismo es la demostración teórica y dogmática y el Espiritismo la demostración evidente. Hagamos, por un instante, abstracción de las manifestaciones propiamente dichas y, razonando por inducción, veamos a cuales consecuencias llegaremos.
2. Desde el momento en que se admite la existencia del Espíritu y su individualidad después de la desencarnación, es preciso, también, aceptar:
1) Que el Espíritu es de naturaleza diferente al cuerpo, dado que, una vez separado del cuerpo, deja de tener las propiedades físicas.
2) Que el Espíritu goza de la existencia de sí mismo por cuanto se le atribuye el goce y el sufrimiento, de otra manera sería un ser inerte y tanto valdría tenerlo o no.
· Esto admitido, el Espíritu va a alguna parte; en qué se transforma? Y, a dónde va? Según la creencia común él va al cielo o al infierno; pero dónde se encuentran el cielo y el infierno? Antes se decía que el cielo se encontraba arriba y el infierno abajo; pero qué es arriba y abajo en el universo, desde el momento en que la tierra es esférica y con el movimiento de los astros lo que constituye la parte alta a una cierta hora se convierte en la baja, después de doce horas? Es verdad que por lugares bajos se entienden las profundidades de la tierra; pero en que se han transformado esas profundidades a partir del momento en que han sido investigadas por la geología?
· En qué se han transformado, igualmente, aquellas esferas concéntricas denominadas cielo del fuego y cielo de las estrellas, habiendo sido demostrado ya que la tierra no es el centro de los mundos y que nuestro mismo sol es, también él, uno de los millones de soles que brillan en el espacio, cada uno de los cuales es el centro de un sistema planetario?
· En qué consiste la importancia de la tierra perdida en esta inmensidad?
· Por cuál privilegio injustificable este grano de arena imperceptible que no se distingue ni por su volumen ni por su posición, ni por un cometido particular, sería el único poblado de seres racionales? La razón se niega a aceptar esta inutilidad del infinito, y todo nos indica que aquellos mundos se encuentran habitados. Si, por lo tanto, están poblados, ellos proporcionan su contingente al mundo espiritual. Pero, aún una vez más, en qué se transforman estos Espíritus, dado que la astronomía y la geología han destruido aquellos lugares que se les suponían asignados, y sobre todo desde el momento en que la teoría racional de la pluralidad de mundos los ha multiplicado al infinito?
· La doctrina de la localización de los Espíritus, no pudiendo sustentarse con los datos aportados por la ciencia, otra doctrina, más lógica, les asigna por dominio no un lugar determinado y circunscrito, sino el espacio universal: en esto existe todo un mundo invisible en medio del cual nosotros vivimos, el cual nos circunda y nos toca continuamente.
· Existe en esto alguna imposibilidad, algo que la razón rechace? Nada en absoluto; todo nos indica, por el contrario, que esto no puede ser de otra manera.
· Pero, entonces, en qué se transforman las penas y las recompensas futuras, si les son quitados los lugares especiales? Tened en cuenta que la incredulidad por lo que se refiere a estas penas y recompensas, es, en general, provocada, por cuanto son presentadas en condiciones inadmisibles. Pero, en cambio, decid que los Espíritus reciben su felicidad, o su insatisfacción, en sí mismos; que su suerte se encuentra subordinada a su estado moral; que la reunión de los Espíritus simpáticos y buenos es una fuente de felicidad; que, según el grado de pureza alcanzado, penetran y ven cosas a las cuales no alcanzan los Espíritus rudimentarios, y todos comprenderán esta doctrina fácilmente. Es preciso agregar que los Espíritus alcanzan el grado supremo mediante los esfuerzos que realizan para rendirse mejores, y después de una serie de pruebas que sirven para depurarles cada vez más. Que los ángeles son los Espíritus que han llegado al grado superior, el cual puede ser alcanzado por todos con buena voluntad; que los Espíritus elevados son los mensajeros de Dios, encargados de supervisar la ejecución de sus designios en todo el universo; que ellos son felices por estas gloriosas misiones, y vosotros les otorgáis a su felicidad una finalidad más útil y atractiva que la de una perpetua contemplación, lo cual no sería otra cosa que una inutilidad perpetua. Decid, finalmente, que los demonios son, simplemente, los Espíritus imperfectos, aún no depurados, pero que pueden llegar a transformarse como los demás. Esto resultará de mayor conformidad con la justicia y la bondad de Dios, que la doctrina de los seres creados para el mal y perpetuamente dedicados a él. Aquí reside, una vez más, lo que la razón más severa, la lógica más rigurosa, el buen sentido, en una palabra, pueden aceptar.
· Ahora, estos Espíritus que pueblan el espacio son, por lo tanto, los de los seres humanos despojados de sus envolturas físicas. Si los Espíritus fuesen seres aparte, su existencia sería más hipotética; pero admitiendo que existen Espíritus, es preciso concebirlos como tales en la dimensión espiritual. Su existencia, por lo tanto, no puede ser negada.
3. Esta no es sino una teoría más racional que la otra, pero constituye, ya, un adelanto tener una que ni la razón ni la ciencia rechacen; si después, la misma es corroborada por los hechos tendrá el doble veredicto del razonamiento y de la experiencia. Estos hechos nosotros los encontramos en los fenómenos de las manifestaciones espiritas, que constituyen, de esta manera, la prueba evidente de la sobrevivencia del Espíritu. Pero, para muchos, aquí se frena su creencia; ellos quieren admitir la existencia de los Espíritus, pero niegan la posibilidad de la comunicación con éstos, por el motivo, según dicen, de que los seres inmateriales no pueden actuar sobre la materia. Esta duda está fundada en la ignorancia de la verdadera naturaleza de los Espíritus, de quienes existe, generalmente, una idea incorrecta, ya que ellos son representados como seres abstractos, de conformación vaga e indefinida, lo cual no es así.
En su unión con el cuerpo, el Espíritu es el ser principal por cuanto es el ente pensante y sobreviviente; el cuerpo no es, por lo tanto, más que un accesorio del Espíritu, un vestido o envoltura que él deja oportunamente. Además de esta vestidura material, el Espíritu posee otra, semi-material, por cuyo concurso se une al primero. En el acto de la desencarnación el Espíritu se despoja de la primera, pero conserva la segunda, la cual se denomina alma, o peri espíritu. Esta envoltura semi-material, que mantiene la forma humana, constituye para él un cuerpo fluídico, vaporoso, el cual, por otra parte, aún cuando sea invisible para nosotros en su estado normal, posee, todavía, algunas propiedades de la materia. El Espíritu no es por lo tanto un punto, una abstracción, sino un ser limitado y circunscrito, a quien no le falta, quizá, más que ser visible y palpable para asemejarse a los seres humanos. Por qué, por lo tanto, no actuaría, él, sobre la materia? Quizá porque su cuerpo es fluídico? Pero, no es entre los fluidos más rarefactos, inclusive entre aquellos que él retiene como imponderables, como la electricidad, por ejemplo, que encuentra sus más potentes motores? La luz imponderable no ejercita una acción química sobre la materia ponderable? Nosotros no conocemos la naturaleza íntima del alma (peri espíritu), pero supongámosla formada de materia eléctrica, o de cualquier otra de igual manera sutil: por qué no tendría ella la misma propiedad si fuese dirigida por una voluntad?
4. Desde el momento que la existencia del Espíritu y la de Dios, que son consecuencia el uno del otro, se encuentran en la base de todo el edificio, antes de iniciar un análisis a fondo es preciso asegurarse de que el interlocutor admita esta base. Si a las siguientes cuestiones, por ejemplo:
a) Cree en Dios?
b) Cree que tiene un Espíritu?
c) Cree en la supervivencia del Espíritu después de la desencarnación?
Si él responde negativamente, o dice, simplemente: -“Yo no se, quisiera que fuese así, pero no estoy seguro”-, lo que, la mayoría de las veces significa, es una cortés negación presentada bajo una forma menos decidida, por lo cual sería inútil ir más allá, cuanto lo sería convencer de las propiedades de la luz al ciego que no admitiese la existencia de la luz misma, ya que, en conclusión, las manifestaciones espirituales no son más que los efectos de las propiedades del Espíritu; con este interlocutor convendría seguir todo otro orden de ideas para no perder el tiempo.
Si la base es admitida, no a título de probabilidad sino como algo cierto, incontrovertible, la existencia de los Espíritus se deduce con naturalidad.
5. Queda por saber, ahora, si el Espíritu puede entrar en comunicación con el ser humano, vale decir, tener con él un intercambio de pensamientos. Y por qué no? No es el ser humano un Espíritu ligado al cuerpo? Por qué el Espíritu libre no debería poder comunicarse con el encarnado, al igual que un hombre que goza de libertad lo hace con alguien que carece de ella? Si se admite la sobrevivencia del Espíritu, como podría negarse, razonablemente, la de los afectos? Desde el momento en que los Espíritus se encuentran en todas partes, no es natural que el Espíritu que nos amó durante la existencia física, se allegue a nosotros y desee comunicarse con nosotros, sirviéndose a este fin de los medios que se encuentran a su disposición? Durante su vida en la dimensión física él no actuaba sobre la materia de su cuerpo? No dirigía sus movimientos? Por qué, entonces, después de la desencarnación, de acuerdo con otro Espíritu ligado al cuerpo, no debería manifestar su pensamiento al igual que un mudo pueda servirse de alguien que tenga la facultad de hablar para hacerse entender?
6. Hagamos, por un instante, una abstracción de los hechos, los cuales, para nosotros, constituyen cuestiones incontrovertibles. Supongamos que esto sea posible a título de hipótesis; solicitamos que los incrédulos nos prueben, no con simple negación, por cuanto su opinión personal no podría constituir ley, sino con razones perentorias, demostrando que esto es imposible. Queremos colocarnos en su terreno y ya que quieren apreciar los hechos espirituales con la asistencia de las leyes de la materia, recaben, por lo tanto, de este arsenal alguna demostración matemática, física, química, mecánica, fisiológica, y prueben para A más B, siempre partiendo del principio de la existencia y la sobrevivencia del Espíritu:
I. Que el ser que piensa en nosotros durante la vida no debe hacerlo más después de la desencarnación.
II. Que si él piensa no debe pensar más en quienes ha amado.
III. Que si él piensa en quienes ha amado no debe querer más comunicarse con ellos.
IV. Que si él puede estar en todas partes, no puede estar a nuestro lado.
V. Que si él nos está cerca, no puede comunicarse con nosotros.
VI. Que por medio de su envoltura fluídica él no puede actuar sobre la materia inerte.
VII. Que si puede actuar sobre la materia inerte, él no puede hacerlo sobre un ser animado.
VIII. Que si él puede actuar sobre un ser animado, no puede dirigir su mano para hacerlo escribir.
IX. Que pudiendo hacerlo escribir, no puede responder a sus cuestiones y transmitirle su pensamiento.
Cuando los que precisan apreciar las bondades de la Doctrina , nos hayan demostrado que los planteamientos antes expuestos no son posibles, con razones tan claras como aquellas con las cuales Galileo demostró que no es el sol que gira alrededor de la tierra, entonces nosotros podremos decir que sus dudas son fundadas; empero, hasta ahora toda su argumentación se resume en estas palabras: -“Yo no creo, por lo tanto es imposible”-. Nos dirán, sin duda, que está en nosotros probar la realidad de las manifestaciones espirituales; nosotros las probamos con hechos y con razonamientos; si ellos no admiten ni lo uno ni lo otro, negando, inclusive, aceptar aquello que observan, queda a su cargo demostrar que nuestro razonamiento es incorrecto y que los hechos son imposibles.
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