EL LIBRO DE LAS FACULTADES –V-
Autor: Allan Kardec
Versión castellana y comentarios exegéticos:
Giuseppe Isgró C.
Capítulo V
ACCIÓN DE LOS ESPÍRITUS
SOBRE LA MATERIA
1. Eliminada la opinión materialista por efecto de los hechos y la razón, todo se resume en saber si el Espíritu, después de la desencarnación, puede manifestarse a los seres humanos. La cuestión, reducida de esta manera a su más simple expresión, se encuentra singularmente simplificada. Y, antes de todo, se podría preguntar: Por qué seres inteligentes, que viven en cierto modo en nuestro ambiente, aunque por su naturaleza sean invisibles, no podrían testificar su presencia en una manera cualquiera? La simple razón dice que, en esto, nada hay absolutamente imposible, y es ya alguna cosa. Esta creencia tiene, por otra parte, el consenso de todos los pueblos, por cuanto se le encuentra en todas partes y en todas las épocas. Ahora, una intuición no podría ser tan general, ni trascender los tiempos, sin basarse sobre algo. Ella es, por otra parte, sancionada por el testimonio de la doctrina espiritual, y por autores que abordan este tipo de temática, pese a que el escepticismo y el materialismo le fueron adversos; empero, nuestra opinión es coincidente con la doctrina más preclara, al respecto.
Pero, tales consideraciones son, solamente, morales. Una causa, sobre todo, ha contribuido a reforzar la duda, en una época tan positiva como la nuestra, en la cual se tiende a rendir cuenta de todo, en la que se quiere saber el por qué y el cómo de cada cosa, y esta es la ignorancia de la naturaleza de los espíritus y los medios con los cuales pueden manifestarse. Una vez adquirido este conocimiento, el hecho de las manifestaciones no tiene nada de sorprendente y vuelve a entrar en el orden de los hechos naturales.
2. La idea que nos formamos de los espíritus, rinde, en primera instancia, incomprensible el fenómeno de las manifestaciones; éstas pueden tener lugar solamente por la acción del Espíritu sobre la materia; y es por esto que, quienes creen que el espíritu es la ausencia de toda materia, se preguntan, con alguna apariencia de razón, cómo es posible que pueda actuar materialmente. Ahora, en esto reside el error: Por cuanto el Espíritu no es una abstracción, sino un ser definido, individuado y circunscrito. El Espíritu encarnado en el cuerpo constituye el ente inteligente; aunque lo deja al acontecer la desencarnación, no lo hace despojado de toda envoltura. Todos nos dicen que conservan la forma humana, y de hecho, por cuanto se nos aparecen, es, siempre, bajo el semblante que ya conocíamos.
Observémosles, atentamente, en el momento en el cual se efectúa la desencarnación: a su alrededor todo es confuso porque se encuentran en un estado de turbación; ellos ven su cuerpo sano, o en otro estado, según el caso en que se efectúa el proceso de la transición; por otra parte, se ven y se sienten vivir; y algo le indica que ese cuerpo le pertenece, y no pueden percibir la razón de encontrarse separados del mismo. Continúan viéndose bajo la forma habitual, y esta visión produce, en algunos, durante un cierto tiempo, una singular ilusión, es decir, la de creerse, aún, encarnados. Es necesario que adquieran la conciencia de su nuevo estado, para convencerse de su realidad. Disipado este primer momento de turbación, el cuerpo se convierte, para ellos, en un viejo traje del cual se han despojado y que no lamentan haberlo hecho; se sienten más ligeros, como liberados de un peso; se encuentran libres de dolores físicos, y son, todos, felices de poderse elevar, recorriendo el espacio, al igual que lo hicieron muchas veces, durante sus sueños (1). Todavía, pese a la ausencia del cuerpo, ellos constatan su propia personalidad; ellos tienen una forma, pero una forma que carece de peso, libre de limitaciones. Tienen, en fin, la conciencia de su yo y de su individualidad. Qué se debe concluir de esto? Que el Espíritu no deja todo con la desencarnación, y que hay algo que se lleva con él.
COMENTARIO EXEGÉTICO GIC: El Espíritu, separado del cuerpo, mediante el proceso de la desencarnación, vuelve a la dimensión espiritual, con dos de los tres elementos que le constituían en la dimensión física de la vida. Esos dos elementos son: El Espíritu y el alma, o periespíritu. El Espíritu es el ente conductor del cuerpo; es el que posee la vida, la inteligencia y la conciencia, además de todos los atributos divinos que les son inherentes, análogos a los del Ser Universal. Este Espíritu es el que está dotado de vida, inteligencia, conciencia y aptitudes de percibir, comprender, sentir, anhelar, hacer o de dejar de realizar. Todo el bagaje existencial conquistado se sintetiza en la suma existencial, o saldo de vida, que se traduce en la aptitud, que, como fue ya dicho, aparte de ser un equivalente de la inteligencia, y de la conciencia, es una capacidad de percepción, de visión, de comprensión, de anhelar, de hacer o de dejar de hacer. El otro elemento es el alma, o periespíritu: Es el ente fluídico que sirve de enlace entre el espíritu y el cuerpo; es una envoltura constituida por materia más sutil, quintaesenciada, que conforma el archivo del espíritu, donde se encuentran registrados los hechos acontecidos en todos sus ciclos de vida, como registro de los actos que ha realizado, y los pensamientos, sentimientos o palabras que haya expresado. Es el archivo espiritual del ser. El alma es el vehículo del Espíritu en la dimensión espiritual, la cual siempre le acompaña, formando parte del alma universal, en la que emana a la conciencia individual el Espíritu, en un momento dado, desde el Ser Universal, sin separarse de Él, y sin dejar de ser Él mismo.
3. Numerosas observaciones y hechos irrefutables, de los cuales tendremos la oportunidad de hablar posteriormente, condujeron a esta consecuencia; es decir, que existen en el ser humano tres entes: 1º El Espíritu: Principio inteligente, en el que reside el sentido moral; 2º El cuerpo: Envoltura física, material, del cual el Espíritu es provisionalmente revestido para el cumplimiento de ciertos objetivos providenciales; y, 3º El alma, o periespíritu: Envoltura fluídica, semi-material, que sirve de ligamen entre el Espíritu y el cuerpo.
La desencarnación, o disgregación de la envoltura física, la que es abandonada por el Espíritu; el alma se separa del cuerpo y sigue al Espíritu, que de esta manera se encuentra, siempre, en posesión de una envoltura. Ésta, después, aunque fluídica, etérica, vaporosa, e invisible para nosotros en su estado normal, es siempre materia, aunque hasta ahora no se haya podido someterla a un análisis.
Por lo tanto, esta segunda envoltura del Espíritu, es decir, el alma, o periespíritu, existe, también, durante la vida corporal; es la intermediaria de todas las sensaciones que percibe el Espíritu, aquella por medio de la cual el Espíritu transmite al exterior su voluntad y actúa sobre los órganos. Para servirse de una comparación material, ella constituye el hilo eléctrico conductor, que sirve para recibir y transmitir el pensamiento; ella es, en fin, el agente misterioso, impalpable, designado con el nombre de fluído nervioso, el cual tiene una parte tan importante en la economía y de quien no se tiene suficiente cuenta en los fenómenos fisiológicos y patológicos. La medicina, considerando únicamente el elemento material ponderable, se priva, en la apreciación de los hechos, de una causa de incesante acción. Pero, no es este el lugar para examinar tales cuestiones: haremos solamente observar que el conocimiento del alma, o periespíritu, es la clave de una cantidad de aspectos hasta ahora inexplicados.
El alma, en su acepción de periespíritu, no es ya una de aquellas hipótesis a la cual se haya, alguna vez, recurrido en la ciencia, para la explicación de algún hecho; su existencia fue revelada no solamente por los Espíritus, sino que es el resultado de la observación, como tendremos ocasión de demostrar. Mientras tanto, para no anticipar los hechos que nosotros debemos reportar, nos limitamos a decir que, sea durante su unión con el cuerpo, que durante la separación, el Espíritu no está jamás separado del alma, o periespíritu.
4. Se dice que el Espíritu es una llama, una chispa: esto se debe entender para el Espíritu propiamente dicho, como principio intelectual y moral, al cual no se sabría atribuir una determinada forma; pero, en cualquier grado en que él se encuentre, está, siempre, revestido de una envoltura, o alma, cuya naturaleza se eteriza a medida que él se purifica y se eleva jerárquicamente; de manera que, para nosotros, la idea de forma es inseparable de la de Espíritu, y no podemos concebir la una sin el otro. El alma, por lo tanto, forma parte integral del Espíritu, al igual que el cuerpo es parte integrante del ser humano; pero el alma por sí sola no es mayormente Espíritu de lo que el cuerpo, por sí solo, sea el ser humano, ya que el alma no piensa: Ella es para el Espíritu lo que el cuerpo es para el ser humano, es decir el agente o el instrumento de su acción.
5. La forma del alma es la humana, y cuando ella se nos aparece, se reviste, generalmente, de la que tenía durante la vida terrena. Se podría creer, detrás de este último hecho, que el alma, separada de todas las partes del cuerpo, se modele, en cierta manera, sobre éste y conserva la impronta; pero, no parece esta la versión exacta.
La forma humana, con alguna gradación de particulares, y salvo las modificaciones orgánicas requeridas por el ambiente en el cual el ser es llamado a vivir, se encuentra en todos los habitantes de todos los globos; esto, por lo menos, según las referencias de los Espíritus. Es, también, la forma de todos los Espíritus no encarnados y que tienen solamente el alma. Es aquella bajo la cual, en cada tiempo, se representaron los espíritus puros; de lo que debemos concluir que la forma humana es la de todos los seres humanos, en cualquier grado que pertenezcan. Pero, la materia sutil del alma no tiene ni la tenacidad, ni la rigidez de la materia compacta del cuerpo: ella es, si nos es lícito de expresarnos de esta manera, flexible y expansible. Esta es la razón por la cual la forma que ella toma, aunque modelada sobre la del cuerpo, no es absoluta: ella se sujeta a la voluntad del Espíritu, que le puede dar la apariencia que más le plazca, mientras, en cambio, que la envoltura sólida opondría una insuperable resistencia.
Liberada de este obstáculo que le comprimía, el alma se extiende o se restringe, se transforma, en una palabra, se presta a todas las metamorfosis, según la voluntad que actúa sobre ella. Es, por lo tanto, mediante esta propiedad de su envoltura fluídica que el Espíritu, el cual desea, quizá, hacerse reconocer, cuando esto le sea necesario, puede tomar no solamente el aspecto que tenía durante la vida terrenal, sino, aún, el de los signos corporales que pueden servir de reconocimiento.
Los Espíritus, como se desprende de esto, son, por lo tanto, seres similares a nosotros, que forman, en nuestro entorno, una completa población invisible en el estado normal. Hemos dicho en el estado normal, porque, como veremos más adelante, esta invisibilidad no es absoluta.
6. Pero, regresemos a la naturaleza del alma, porque esto es esencial para la explicación que es preciso dar. Se ha dicho que, aunque fluídica, ella es una especie de materia, y esto resulta del hecho de las apariciones tangibles, acerca de las cuales nos extenderemos más tarde. Bajo la influencia de ciertos sensitivos, se vieron aparecer manos dotadas de todas las propiedades de las vivientes; tenían calor, se podían tocar, ofrecían la resistencia de un cuerpo sólido, que apretaban, y, de repente, desaparecían al igual que una sombra. La acción inteligente de estas manos, que obedecieron, evidentemente, a una voluntad, ejecutando ciertos movimientos, e, inclusive, tocando piezas musicales sobre un instrumento, prueba que ellas son la parte visible de un ser inteligente e invisible. Su estado tangible, su temperatura, en una palabra, la impresión que hacen sobre los sentidos (se vieron, de hecho, de aquellas que dejaron su huella en la piel, que dieron golpes dolorosos, o que acariciaron delicadamente), prueban que ellas son de una materia cualquiera. Su desaparición instantánea demuestra, por otra parte, que esta materia es eminentemente sutil y se comporta como ciertas sustancias que pueden, alternativamente, pasar del estado sólido al fluídico, y viceversa.
7. La naturaleza íntima del Espíritu propiamente dicho, vale decir, del ser pensante, nos es enteramente desconocida; ella se nos revela, únicamente, por sus actos, y sus actos solo pueden ser percibidos por nuestros sentidos materiales por medio de un intermediario material. El Espíritu tiene, por lo tanto, necesidad de materia para actuar sobre la materia. Él posee como instrumento directo al alma, al igual que el ser humano tiene el cuerpo; ahora, su alma es materia, como ya hemos dicho. Ella tiene, seguidamente, como agente intermediario, el fluído universal, especie de vehículo sobre el cual actúa al igual que nosotros lo hacemos con el aire para producir ciertos efectos con la ayuda de la dilatación, de la compresión, de la propulsión y de las vibraciones.
Considerada de este modo, la acción del Espíritu sobre la materia se comprende fácilmente; y, entonces, se percibe que todos los efectos que resultan de ello, entran en el orden de los hechos naturales, y nada tienen de maravilloso. Aparecieron como sobrenaturales solamente porque no se le conocía la causa; conocida ésta, lo maravilloso desaparece, y esta causa se ve entera en las propiedades semi-materiales del alma, o periespíritu. Es esto un nuevo orden de hechos que una ley para nosotros nueva nos explica, la cual, dentro de algún tiempo, todos verán con naturalidad.
8. Se nos preguntará, quizá, como puede ocurrir que el Espíritu, con la simple ayuda de una materia tan sutil, pueda actuar sobre cuerpos pesados y compactos, elevar mesas, etcétera. No tenemos, nosotros, quizá, debajo de nuestros ojos, análogos ejemplos? No es, quizá, en los gases más rarefactos, en los fluidos imponderables, que la industria encuentra sus motores más potentes? Cuando se ve al aire derrumbar casas, al vapor arrastrar detrás de sí masas enormes, al polvo gasificado elevar rocas, a la electricidad romper árboles y perforar paredes, no se puede encontrar muy extraño admitir que el Espíritu, con la ayuda de su alma, o periespíritu, pueda elevar una mesa, cuando, sobretodo, se conoce que esta alma puede hacerse visible, tangible y comportarse como un cuerpo sólido.
Nota: (1) Si el lector desea recordar todo lo que hemos dicho en El Libro de los Espíritus, sobre los sueños y el estado del Espíritu durante el sueño (nº 400 y 418), él comprenderá que sueños de esta naturaleza comunes a todos, en los cuales parece que se es transportados casi volando a través del espacio, no son otra cosa que un recuerdo de la sensación probada por el Espíritu, por cuanto, durante el sueño, él había abandonado, momentáneamente, su cuerpo material, no llevando consigo más que su cuerpo fluídico, o alma, aquel que él conservará después de la desencarnación. Estos sueños, pueden, por lo tanto, darnos una idea del estado del Espíritu cuando se haya liberado de las ataduras que le retienen en la tierra.