domingo, 27 de mayo de 2012

ACCIÓN DE LOS ESPÍRITUS SOBRE LA MATERIA, LECCION V, EL LIBRO DE LAS FACULTADES


EL LIBRO DE LAS FACULTADES –V-
Autor: Allan Kardec
Versión castellana y comentarios exegéticos:
Giuseppe Isgró C.

Capítulo V

ACCIÓN DE LOS ESPÍRITUS
SOBRE LA MATERIA


1. Eliminada la opinión materialista por efecto de los hechos y la razón, todo se resume en saber si el Espíritu, después de la desencarnación, puede manifestarse a los seres humanos. La cuestión, reducida de esta manera a su más simple expresión, se encuentra singularmente simplificada. Y, antes de todo, se podría preguntar: Por qué seres inteligentes, que viven en cierto modo en nuestro ambiente, aunque por su naturaleza sean invisibles, no podrían testificar su presencia en una manera cualquiera? La simple razón dice que, en esto, nada hay absolutamente imposible, y es ya alguna cosa. Esta creencia tiene, por otra parte, el consenso de todos los pueblos, por cuanto se le encuentra en todas partes y en todas las épocas. Ahora, una intuición no podría ser tan general, ni trascender los tiempos, sin basarse sobre algo. Ella es, por otra parte, sancionada por el testimonio de la doctrina espiritual, y por autores que abordan este tipo de temática, pese a que el escepticismo y el materialismo le fueron adversos; empero, nuestra opinión es coincidente con la doctrina más preclara, al respecto.
Pero, tales consideraciones son, solamente, morales. Una causa, sobre todo, ha contribuido a reforzar la duda, en una época tan positiva como la nuestra, en la cual se tiende a rendir cuenta de todo, en la que se quiere saber el por qué y el cómo de cada cosa, y esta es la ignorancia de la naturaleza de los espíritus y los medios con los cuales pueden manifestarse. Una vez adquirido este conocimiento, el hecho de las manifestaciones no tiene nada de sorprendente y vuelve a entrar en el orden de los hechos naturales.
2. La idea que nos formamos de los espíritus, rinde, en primera instancia, incomprensible el fenómeno de las manifestaciones; éstas pueden tener lugar solamente por la acción del Espíritu sobre la materia; y es por esto que, quienes creen que el espíritu es la ausencia de toda materia, se preguntan, con alguna apariencia de razón, cómo es posible que pueda actuar materialmente. Ahora, en esto reside el error: Por cuanto el Espíritu no es una abstracción, sino un ser definido, individuado y circunscrito. El Espíritu encarnado en el cuerpo constituye el ente inteligente; aunque lo deja al acontecer la desencarnación, no lo hace despojado de toda envoltura. Todos nos dicen que conservan la forma humana, y de hecho, por cuanto se nos aparecen, es, siempre, bajo el semblante que ya conocíamos.

Observémosles, atentamente, en el momento en el cual se efectúa la desencarnación: a su alrededor todo es confuso porque se encuentran en un estado de turbación; ellos ven su cuerpo sano, o en otro estado, según el caso en que se efectúa el proceso de la transición; por otra parte, se ven y se sienten vivir; y algo le indica que ese cuerpo le pertenece, y no pueden percibir la razón de encontrarse separados del mismo. Continúan viéndose bajo la forma habitual, y esta visión produce, en algunos, durante un cierto tiempo, una singular ilusión, es decir, la de creerse, aún, encarnados. Es necesario que adquieran la conciencia de su nuevo estado, para convencerse de su realidad. Disipado este primer momento de turbación, el cuerpo se convierte, para ellos, en un viejo traje del cual se han despojado y que no lamentan haberlo hecho; se sienten más ligeros, como liberados de un peso; se encuentran libres de dolores físicos, y son, todos, felices de poderse elevar, recorriendo el espacio, al igual que lo hicieron muchas veces, durante sus sueños (1). Todavía, pese a la ausencia del cuerpo, ellos constatan su propia personalidad; ellos tienen una forma, pero una forma que carece de peso, libre de limitaciones. Tienen, en fin, la conciencia de su yo y de su individualidad. Qué se debe concluir de esto? Que el Espíritu no deja todo con la desencarnación, y que hay algo que se lleva con él.


COMENTARIO EXEGÉTICO GIC:   El Espíritu, separado del cuerpo, mediante el proceso de la desencarnación, vuelve a la dimensión espiritual, con dos de los tres elementos que le constituían en la dimensión física de la vida. Esos dos elementos son: El Espíritu y el alma, o periespíritu. El Espíritu es el ente conductor del cuerpo; es el que posee la vida, la inteligencia y la conciencia, además de todos los atributos divinos que les son inherentes, análogos a los del Ser Universal. Este Espíritu es el que está dotado de vida, inteligencia, conciencia y aptitudes de percibir, comprender, sentir, anhelar, hacer o de dejar de realizar. Todo el bagaje existencial conquistado se sintetiza en la suma existencial, o saldo de vida, que se traduce en la aptitud, que, como fue ya dicho, aparte de ser un equivalente de la inteligencia, y de la  conciencia, es una capacidad de percepción, de visión, de comprensión, de anhelar, de hacer o de dejar de hacer. El otro elemento es el alma, o periespíritu: Es el ente fluídico que sirve de enlace entre el espíritu y el cuerpo; es una envoltura constituida por materia más sutil, quintaesenciada, que conforma el archivo del espíritu, donde se encuentran registrados los hechos acontecidos en todos sus ciclos de vida, como registro de los actos que ha realizado, y los pensamientos, sentimientos o palabras que haya expresado. Es el archivo espiritual del ser. El alma es el vehículo del Espíritu en la dimensión espiritual, la cual siempre le acompaña, formando parte del alma universal, en la que emana a la conciencia individual el Espíritu, en un momento dado, desde el Ser Universal, sin separarse de Él, y sin dejar de ser Él mismo.


3. Numerosas observaciones y hechos irrefutables, de los cuales tendremos la oportunidad de hablar posteriormente, condujeron a esta consecuencia; es decir, que existen en el ser humano tres entes: 1º El Espíritu: Principio inteligente, en el que reside el sentido moral; 2º El cuerpo: Envoltura física, material, del cual el Espíritu es provisionalmente revestido para el cumplimiento de ciertos objetivos providenciales; y, 3º El alma, o periespíritu: Envoltura fluídica, semi-material, que sirve de ligamen entre el Espíritu y el cuerpo.
La desencarnación, o disgregación de la envoltura física, la que es abandonada por el Espíritu; el alma se separa del cuerpo y sigue al Espíritu, que de esta manera se encuentra, siempre, en posesión de una envoltura. Ésta, después, aunque fluídica, etérica, vaporosa, e invisible para nosotros en su estado normal, es siempre materia, aunque hasta ahora no se haya podido someterla a un análisis.
Por lo tanto, esta segunda envoltura del Espíritu, es decir, el alma, o periespíritu, existe, también, durante la vida corporal; es la intermediaria de todas las sensaciones que percibe el Espíritu, aquella por medio de la cual el Espíritu transmite al exterior su voluntad y actúa sobre los órganos. Para servirse de una comparación material, ella constituye el hilo eléctrico conductor, que sirve para recibir y transmitir el pensamiento; ella es, en fin, el agente misterioso, impalpable, designado con el nombre de fluído nervioso, el cual tiene una parte tan importante en la economía y de quien no se tiene suficiente cuenta en los fenómenos fisiológicos y patológicos. La medicina, considerando únicamente el elemento material ponderable, se priva, en la apreciación de los hechos, de una causa de incesante acción. Pero, no es este el lugar para examinar tales cuestiones: haremos solamente observar que el conocimiento del alma, o periespíritu, es la clave de una cantidad de aspectos hasta ahora inexplicados.
El alma, en su acepción de periespíritu, no es ya una de aquellas hipótesis a la cual se haya, alguna vez, recurrido en la ciencia, para la explicación de algún hecho; su existencia fue revelada no solamente por los Espíritus, sino que es el resultado de la observación, como tendremos ocasión de demostrar. Mientras tanto, para no anticipar los hechos que nosotros debemos reportar, nos limitamos a decir que, sea durante su unión con el cuerpo, que durante la separación, el Espíritu no está jamás separado del alma, o periespíritu.
4. Se dice que el Espíritu es una llama, una chispa: esto se debe entender para el Espíritu propiamente dicho, como principio intelectual y moral, al cual no se sabría atribuir una determinada forma; pero, en cualquier grado en que él se encuentre, está, siempre, revestido de una envoltura, o alma, cuya naturaleza se eteriza a medida que él se purifica y se eleva jerárquicamente; de manera que, para nosotros, la idea de forma es inseparable de la de Espíritu, y no podemos concebir la una sin el otro. El alma, por lo tanto, forma parte integral del Espíritu, al igual que el cuerpo es parte integrante del ser humano; pero el alma por sí sola no es mayormente Espíritu de lo que el cuerpo, por sí solo, sea el ser humano, ya que el alma no piensa: Ella es para el Espíritu lo que el cuerpo es para el ser humano, es decir el agente o el instrumento de su acción.

5. La forma del alma es la humana, y cuando ella se nos aparece, se reviste, generalmente, de la que tenía durante la vida terrena. Se podría creer, detrás de este último hecho, que el alma, separada de todas las partes del cuerpo, se modele, en cierta manera, sobre éste y conserva la impronta; pero, no parece esta la versión exacta.
La forma humana, con alguna gradación de particulares, y salvo las modificaciones orgánicas requeridas por el ambiente en el cual el ser es llamado a vivir, se encuentra en todos los habitantes de todos los globos; esto, por lo menos, según las referencias de los Espíritus. Es, también, la forma de todos los Espíritus no encarnados y que tienen solamente el alma. Es aquella bajo la cual, en cada tiempo, se representaron los espíritus puros; de lo que debemos concluir que la forma humana es la de todos los seres humanos, en cualquier grado que pertenezcan. Pero, la materia sutil del alma no tiene ni la tenacidad, ni la rigidez de la materia compacta del cuerpo: ella es, si nos es lícito de expresarnos de esta manera, flexible y expansible. Esta es la razón por la cual la forma que ella toma, aunque modelada sobre la del cuerpo, no es absoluta: ella se sujeta a la voluntad del Espíritu, que le puede dar la apariencia que más le plazca, mientras, en cambio, que la envoltura sólida opondría una insuperable resistencia.
Liberada de este obstáculo que le comprimía, el alma se extiende o se restringe, se transforma, en una palabra, se presta a todas las metamorfosis, según la voluntad que actúa sobre ella. Es, por lo tanto, mediante esta propiedad de su envoltura fluídica que el Espíritu, el cual desea, quizá, hacerse reconocer, cuando esto le sea necesario, puede tomar no solamente el aspecto que tenía durante la vida terrenal, sino, aún, el de los signos corporales que pueden servir de reconocimiento.
Los Espíritus, como se desprende de esto, son, por lo tanto, seres similares a nosotros, que forman, en nuestro entorno, una completa población invisible en el estado normal. Hemos dicho en el estado normal, porque, como veremos más adelante, esta invisibilidad no es absoluta.

6. Pero, regresemos a la naturaleza del alma, porque esto es esencial para la explicación que es preciso dar. Se ha dicho que, aunque fluídica, ella es una especie de materia, y esto resulta del hecho de las apariciones tangibles, acerca de las cuales nos extenderemos más tarde. Bajo la influencia de ciertos sensitivos, se vieron aparecer manos dotadas de todas las propiedades de las vivientes; tenían calor, se podían tocar, ofrecían la resistencia de un cuerpo sólido, que apretaban, y, de repente, desaparecían al igual que una sombra. La acción inteligente de estas manos, que obedecieron, evidentemente, a una voluntad, ejecutando ciertos movimientos, e, inclusive, tocando piezas musicales sobre un instrumento, prueba que ellas son la parte visible de un ser inteligente e invisible. Su estado tangible, su temperatura, en una palabra, la impresión que hacen sobre los sentidos (se vieron, de hecho, de aquellas que dejaron su huella en la piel, que dieron golpes dolorosos, o que acariciaron delicadamente), prueban que ellas son de una materia cualquiera. Su desaparición instantánea demuestra, por otra parte, que esta materia es eminentemente sutil y se comporta como ciertas sustancias que pueden, alternativamente, pasar del estado sólido al fluídico, y viceversa.
7. La naturaleza íntima del Espíritu propiamente dicho, vale decir, del ser pensante, nos es enteramente desconocida; ella se nos revela, únicamente, por sus actos, y sus actos solo pueden ser percibidos por nuestros sentidos materiales por medio de un intermediario material. El Espíritu tiene, por lo tanto, necesidad de materia para actuar sobre la materia. Él posee como instrumento directo al alma, al igual que el ser humano tiene el cuerpo; ahora, su alma es materia, como ya hemos dicho. Ella tiene, seguidamente, como agente intermediario, el fluído universal, especie de vehículo sobre el cual actúa al igual que nosotros lo hacemos con el aire para producir ciertos efectos con la ayuda de la dilatación, de la compresión, de la propulsión y de las vibraciones.

Considerada de este modo, la acción del Espíritu sobre la materia se comprende fácilmente; y, entonces, se percibe que todos los efectos que resultan de ello, entran en el orden de los hechos naturales, y nada tienen de maravilloso. Aparecieron como sobrenaturales solamente porque no se le conocía la causa; conocida ésta, lo maravilloso desaparece, y esta causa se ve entera en las propiedades semi-materiales del alma, o periespíritu. Es esto un nuevo orden de hechos que una ley para nosotros nueva nos explica, la cual, dentro de algún tiempo, todos verán con naturalidad.
8. Se nos preguntará, quizá, como puede ocurrir que el Espíritu, con la simple ayuda de una materia tan sutil, pueda actuar sobre cuerpos pesados y compactos, elevar mesas, etcétera. No tenemos, nosotros, quizá, debajo de nuestros ojos, análogos ejemplos? No es, quizá, en los gases más rarefactos, en los fluidos imponderables, que la industria encuentra sus motores más potentes? Cuando se ve al aire derrumbar casas, al vapor arrastrar detrás de sí masas enormes, al polvo gasificado elevar rocas, a la electricidad romper árboles y perforar paredes, no se puede encontrar muy extraño admitir que el Espíritu, con la ayuda de su alma, o periespíritu, pueda elevar una mesa, cuando, sobretodo, se conoce que esta alma puede hacerse visible, tangible y comportarse como un cuerpo sólido.
Nota: (1) Si el lector desea recordar todo lo que hemos dicho en El Libro de los Espíritus, sobre los sueños y el estado del Espíritu durante el sueño (nº 400 y 418), él comprenderá que sueños de esta naturaleza comunes a todos, en los cuales parece que se es transportados casi volando a través del espacio, no son otra cosa que un recuerdo de la sensación probada por el Espíritu, por cuanto, durante el sueño, él había abandonado, momentáneamente, su cuerpo material, no llevando consigo más que su cuerpo fluídico, o alma, aquel que él conservará después de la desencarnación. Estos sueños, pueden, por lo tanto, darnos una idea del estado del Espíritu cuando se haya liberado de las ataduras que le retienen en la tierra.


jueves, 24 de mayo de 2012

MÉTODO, EL LIBRO DE LAS FACULTADES


EL LIBRO DE LAS FACULTADES 

Capítulo III


MÉTODO

Autor: ALLAN KARDEC
Versión castellana y comentarios exegéticos:
Giuseppe Isgró C.


1.    El deseo natural, y loable, de todos los adeptos, jamás alentado suficientemente, es el de hacer prosélitos. Para facilitarle la tarea, nos proponemos, por lo tanto, examinar el camino, en nuestra opinión el más seguro, para alcanzar este objetivo, ahorrándoles esfuerzos inútiles.
Hemos dicho que el Espiritismo es una ciencia y una filosofía completa; aquel, por lo tanto, que seriamente quiere conocerle, debe, ante de todo, obligarse a un estudio serio y persuadirse de que, al igual que en las demás ciencias, no se puede aprender jugando. La Doctrina Espirita, tal como se afirmó, aborda todas las cuestiones que interesan a la humanidad; su campo de estudio es inmenso y conviene, ante de todo, mirarlo desde el punto de vista de sus consecuencias. La creencia en los Espíritus conforma, sin duda alguna, el soporte, pero esta no es suficiente para hacer un espirita iluminado, de la misma manera que la creencia en Dios no es suficiente para hacer un místico. Observemos, por lo tanto, como nos conviene proceder en esta enseñanza para alcanzar en forma más segura la convicción.
No se atemoricen los adeptos por este término enseñanza. No existe, únicamente, enseñanza desde lo alto de la cátedra o de la tribuna; sino, también, el de la simple conversación. Cualquier persona que busque persuadir a otra, bien sea por medio de una explicación, o por el de la experiencia, transmite una enseñanza; y nosotros, que deseamos que su esfuerzo genere buenos frutos, nos creemos en la obligación de aportarle algunas sugerencias, de las cuales podrán aprovecharse, también, aquellos que anhelen instruirse por sí mismos; ellos encontrarán el medio para llegar en forma más segura, y más rápidamente, a su objetivo.
2.   Se cree, generalmente, que para convencer sea suficiente mostrar algunos hechos; este parecería, en efectos, el camino más lógico, y todavía la experiencia nos demuestra que ese no es, siempre, el mejor, por cuanto se observan, con frecuencia, individuos que no se convencen ni siquiera por los hechos más evidentes. Por qué ocurre esto? Buscaremos de aportar una explicación, valiéndonos de nuestra extensa experiencia.
En la Doctrina Espirita, la cuestión de los Espíritus es secundaria y consecutiva; no es este el verdadero punto de partida; más bien, consiste en esto, precisamente, el error en que se cae y que, con frecuencia, frena a algunas personas. Los Espíritus no siendo más que los entes espirituales de las personas, el verdadero punto de partida es, por lo tanto, la existencia de los Espíritus.  Ahora,  cómo puede el materialista admitir que existan seres que vivan fuera del ámbito material, cuando cree que su propio yo sea pura materia? Cómo puede creer en la existencia de los Espíritus fuera de sí, cuando no cree de tener uno en sí mismo? En vano se buscaría de acumular a su vista las pruebas más tangibles, él las refutará todas, por cuanto no admite el principio. Cada enseñanza metódica debe proceder de lo conocido a lo desconocido; para el materialista, lo conocido es la materia. Proceded, por lo tanto, de la materia, y buscad, antes de todo, haciéndosela observar, de convencerle que existe en él algo que escapa a las leyes que les rigen; en una palabra, antes de rendirlo Espirita, buscad de convertirle en Espiritualista; pero, para esto hay que proceder con otros medios, con una enseñanza especial, siguiendo un orden particular de ideas; hablarle de espíritus ante de que él se convenza de tener uno, sería comenzar desde el final, ya que no puede admitir la conclusión si no admite las premisas. Antes, por lo tanto, de disponernos en convencer a un incrédulo, también con hechos, es necesario asegurarnos de su opinión acerca del Espíritu, es decir, si cree a su existencia, a su supervivencia al cuerpo, a su individualidad después de la desencarnación; si su respuesta es negativa sería un esfuerzo desperdiciado hablarle de Espíritus. He aquí la regla. Somos de la idea que puede haber excepciones; pero, entonces, probablemente, subsistirá otra causa que le rendirá menos refractario.
3.  Entre los materialistas es preciso distinguir dos clases: en la primera, ubicaremos a aquellos que los son por sistema. Para éstos no existe la duda; ellos niegan en forma absoluta, razonando a su manera; a sus ojos, el ser humano es, simplemente, una maquina la cual camina mientras esté dotada de vitalidad, y que, con el tiempo, se descompone, y de quien, después de la desencarnación no queda más que carcasa. El número de los integrantes de este grupo es, afortunadamente, muy restringido, y en ninguna parte constituye una escuela de gran difusión; nosotros, estimamos innecesario insistir sobre los efectos inadecuados que se derivarían, en el orden social, de la vulgarización de una tal doctrina. Sobre este argumento hemos ahondado extensamente en El Libro de los Espíritus (Nº 147, y en la Conclusión, III).
Cuando hemos dicho que la duda cesa en los incrédulos ante la presencia de una explicación racional, es necesario exceptuar a los materialistas, totalmente. Ellos niegan cada potencia y todo principio inteligente por encima de la materia. La mayor parte de ellos se obstina en sus opiniones por orgullo, y cree empeñado su amor propio para perseverar.  Ellos persisten frente a cualquier prueba opuesta, porque no quieren someterse a las evidencias. Con esa gente es preciso no dejarse convencer de la mascara de sinceridad, cuando dicen: Hacedme ver y creeré. Otros, con mayor franqueza, dicen: Aunque viese, no creería.
4.   La segunda clase de materialistas es más numerosa, dado que el verdadero materialismo es un sentimiento opuesto a lo natural. Este grupo incluye a quienes los son por indiferencia, y podría decirse, por falta de algo mejor; no lo son por un propósito deliberado; más bien, su interés es el de creer, por cuanto, para ellos la certidumbre significa sosiego. Existe, en ellos, una ligera aspiración relativa al porvenir; pero este porvenir les ha sido presentado bajo una modalidad que su razón les impide aceptar; de ahí la duda, la incredulidad. En su Espíritu, la incredulidad no se erige por sistema; presentadle algo razonable y ellos lo aceptaran rápidamente. Estos pueden, por lo tanto, comprender nuestro punto de vista, teniendo con nosotros mucha más afinidad de la que piensan. Con los primeros no habléis ni de espiritualidad, ni de Espíritus ni de estados de perfección: Ellos no os comprenderían. Empero, partiendo desde su mismo punto de vista, probadle que las leyes de la fisiología son impotentes para rendir razón de todo; el resto vendrá por añadidura. Toda otra cosa ocurre cuando la incredulidad no es preconcebida, por cuanto, entonces, no existe una incredulidad absoluta; es una idea inhibida por prejuicios, pero que puede ser reactivada por una percepción clarificante. Es como el invidente a quien le es grato volver a ver la luz, o el náufrago a quien se le tiende la mano salvadora.
5.  Paralelamente a los materialistas propiamente dichos, existe una tercera clase de incrédulos, que, aunque espiritualistas, por lo menos de nombre, no son menos refractarios; estos son los incrédulos de mala voluntad. Ellos estarían descontentos de verse obligados a creer, por cuanto esto les turbaría su tranquilidad en los goces materiales; igualmente, temen ver objetada su ambición personal, recriminado su egoísmo y ser privados de las delicias de las vanidades humanas; cierran, por lo tanto, los ojos para no ver, y los oídos para no oír ni entender. No se puede hacer más que lamentar esa actitud.
6.  Una cuarta categoría la denominaremos  incrédulos interesados o de mala fe. Éstos saben muy bien cual es la verdad en torno a la Doctrina Espirita, pero, con toda tranquilidad la condenan por motivos de interés personal. Sobre ellos no hay nada que decir, al igual que no hay nada que hacer con ellos. Si el materialista puro se engaña, tiene, por lo menos, en su favor la excusa de la buena fe; se le puede hacer rectificar probándole su error. Empero, existe aquí la adopción de una finalidad, en contra de la cual todos los argumentos carecen de eficacia. El tiempo se encargará de abrirles los ojos y de mostrarles, a sus expensas, donde se encontraban sus verdaderos intereses, ya que, no pudiendo impedir a la verdad de expandirse, serán arrastrados por el torrente, y con ellos todos los intereses que creían defender.
7.  Además de estas diversas categorías de opositores, existe una infinidad de graduaciones, entre las cuales podemos identificar a los incrédulos por pusilanimidad: el coraje les vendrá cuando vean que los otros no son conducidos a la hoguera; los incrédulos por escrúpulo religioso: un estudio lúcido les enseñará que el Espiritismo se apoya sobre las bases fundamentales de la espiritualidad, que respeta todas las creencias, que, más bien es eficacísimo para generar el sentimiento espiritual en quienes no lo tienen, para fortificarlo en aquellos en los cuales es vacilante; existen, después, los incrédulos por orgullo, por espíritu de contradicción, por desatención, ligereza, etcétera.
8.  No podemos omitir una categoría, que denominaremos la de los incrédulos por engaño. Esta categoría comprende a las personas que han pasado de una fe exagerada a la incredulidad, por cuanto fueron objeto de errores. Por esta causa, han abandonado y rechazado todo. Se encuentran en el caso de quien, por haber sido engañado, niega la buena fe.  Es preciso, para ellos, aún un estudio más profundo del Espiritismo y una mayor experiencia. Aquel que es mistificado por los espíritus, lo es, generalmente, por cuanto le pregunta aquello que no pueden o no deben decir, o porque no es bastante ilustrado sobre la temática para discernir la verdad de la impostura. Muchos, por otra parte, no ven, en el Espiritismo, más que un nuevo medio de adivinación, y se imaginan que los espíritus están allí para decir la buena ventura; ahora, los espíritus ligeros y burlones no desaprovechan la oportunidad para divertirse a sus expensas: de esta manera le anunciarán esposos a las jovencitas, honores al ambicioso, al avaro herencia, tesoros escondidos, etc., de lo cual resultan, frecuentemente, engaños muy desagradables; pero la persona prudente y seria sabe como preservarse, siempre.
9.  Una clase muy numerosa, quizá la más de todas, pero que no podría ser colocada entre los opositores, es la de los inseguros. Ellos son, generalmente, espiritualistas por principio; la mayor parte tiene una vaga intuición de las ideas espiritas, una aspiración hacia algo que no pueden definir; adolecen, únicamente, de orden y claridad en sus pensamientos; el Espiritismo es para ellos como un rayo de luz, el claror que disipa la niebla; por esto acogen el Espiritismo con rapidez, por cuanto les libera de las inquietudes de la incertidumbre.
10.               Si nosotros damos una mirada sobre las diversas categorías de creyentes, encontraremos, antes de todo, los espiritistas que ignoran serlo; esta, a decir verdad, es una gradación de la clase precedente. Sin haber jamás oído hablar de la doctrina espirita, tienen el sentimiento innato de los grandes principios que ella contiene, y este sentimiento se refleja en algunos contenidos, en sus escritos y discursos, a tal punto que, leyéndoles u oyéndoles, se les creería completamente iniciados. Se encuentran numerosos ejemplos en los escritores de corte espiritual y, también, entre los profanos, en los poetas, en los oradores, en los moralistas, en los filósofos antiguos y modernos.
11.                Entre aquellos que se han convencido por un estudio inmediato, se pueden distinguir:
                        I.    Aquellos que creen puramente, y simplemente, a las manifestaciones. La Doctrina Espirita es para ellos una simple ciencia de observación, una serie de hechos más o menos curiosos; nosotros les llamaremos espiritas experimentadores.
                    II.    Aquellos que en el Espiritismo ven algo más que los hechos; comprenden la parte filosófica; admiran la moral, pero no la practican. Su influencia es insignificante o nula sobre su carácter; no cambian nada en sus costumbres y no se privarían de un solo goce. El avaro permanece siempre tal; el orgulloso lleno de sí mismo; el envidioso y el celoso, conservan su hostilidad; para ellos la benevolencia no es más que una máxima hermosa; estos son los espiritas imperfectos.
                III.    Aquellos que no se contentan con admirar la moral espirita, sino que la practican y aceptan todas sus consecuencias. Convencidos de que la existencia terrestre es una prueba pasajera, buscan de aprovechar estos instantes tan breves para caminar por la vía del progreso; y que, únicamente, le puede elevar en la jerarquía del mundo de los espíritus el esfuerzo en hacer el bien y la represión de las tendencias inadecuadas. Sus relaciones son siempre seguras, por cuanto su convicción les fortalece en cada pensamiento del bien. El amor es, en todo, la regla de su conducta; estos son los verdaderos espiritas, o mejor dicho: los ESPIRITAS UNIVERSALES.
                   IV.    En fin, se encuentran, también, los espiritas exaltados. La especie humana sería perfecta si ella no tomase más que el lado bueno de las cosas. La exageración es nociva en todo; en muchos imprime una confianza irreflexiva y pueril en las cosas del mundo espiritual, y les hace aceptar, muy fácilmente, y sin control suficiente, ciertas cosas o hechos cuya reflexión y examen demostrarían su absurdidad e imposibilidad. El entusiasmo exaltado e irreflexivo es inconveniente. Esta categoría de adeptos es más nociva que útil a la causa de la Doctrina Espirita; son los menos aptos para convencer, por cuanto se desconfía, y con razón, de su raciocinio; ellos son burlados sin que se percaten, tanto por los espíritus mistificadores como por las personas que buscan de explotar su credulidad. El mal no sería tan grave si fueran los únicos en asumir las consecuencias; pero ellos dan, sin quererlo, las armas a los incrédulos, quienes buscan burlarse más que convencerse, endosando, a todos, el ridículo ameritado sólo por algunos. Ciertamente, esto no es justo ni racional; pero se sabe que los adversarios de la doctrina espirita reconocen, únicamente, su sola razón como de buena liga, o es el menor de sus fastidios conocer a fondo la temática sobre la que hablan.
12.               Los medios de convicción varían, en gran manera, según los individuos; aquello que persuade a los unos no produce ningún efecto sobre los otros; hay quien queda convencido por alguna manifestación material, quien por comunicaciones inteligentes, y el mayor número, por el razonamiento. Nosotros podemos decir, también, que los fenómenos son de poco peso para la mayor parte de aquellos que no se encuentran preparados por el razonamiento. Mientras más extraordinarios sean los fenómenos, más se alejan de las leyes conocidas y mayormente encuentran oposición, y esto por una razón muy simple, la cual es que, el ser humano, por naturaleza, es inducido a dudar de todo lo que no tenga una sanción racional; cada uno la considera desde su propio punto de vista,  y se lo explica a su manera: el materialista ve en ello una causa puramente física o un engaño; el ignorante y el supersticioso, una causa diabólica o sobrenatural; mientras una explicación anticipada tiene por efecto destruir las ideas preconcebidas y de mostrar, si no la realidad, por lo menos la posibilidad de la cosa. Se le comprende, de esta manera, antes de haberla vista; ahora, desde el momento en que la posibilidad es reconocida, la convicción es, virtualmente, manifestada.
13.               Es, quizá, útil buscar de convencer a un incrédulo obstinado? Hemos dicho que esto depende de las causas y de la naturaleza de su incredulidad; frecuentemente, la insistencia que se emplea en persuadirle le hacen creer en su personal importancia, lo que se convierte, para él, en un motivo para obstinarse más. Aquel que no está convencido ni por el razonamiento ni por los hechos, debe, todavía, pasar por la prueba de la incredulidad. Es conveniente dejar que sea la Providencia quien le presente las circunstancias favorables; son muy numerosos quienes buscan anhelosos la luz para perder el tiempo con aquellos que la rechazan. Dirigíos, por lo tanto, a los seres de buena voluntad, cuyo número es mayor de lo que se cree, y su ejemplo, multiplicándose, vencerá más resistencias que las palabras. El verdadero estudiante no carecerá jamás de ocasiones para hacer el bien en beneficio de las conciencias que lo precisen, llevando el consuelo, calmando el ánimo, propiciando reformas morales; en esto consiste su misión; en ello, también, encontrará su verdadera satisfacción. La Doctrina Espirita se encuentra en el ambiente; se expande por la fuerza de las cosas, y porque rinde felices a aquellos que la profesan. Cuando sus adversarios sistemáticos la observen desenvolverse a su alrededor, y entre sus mismos amigos, comprenderán su aislamiento y serán obligados a callar o a enrolarse.
14.               Para proceder en la enseñanza de la Doctrina Espirita al igual que se haría con las ciencias ordinarias, convendría pasar en revista toda la serie de fenómenos que puedan producirse, empezando por los más simples, para llegar, sucesivamente, a los más complejos. Ahora, esto no se puede hacer por cuanto sería imposible hacer un curso experimental de la Doctrina Espirita, al igual que se hace con uno de física o de química. En las ciencias naturales se actúa sobre la materia bruta que se manipula a voluntad, y se está, casi siempre, seguros de regular los efectos; en el Espiritismo se ha de tratar con inteligencias las cuales poseen una voluntad propia, y nos demuestran, a cada momento, que no se encuentran sometidos a nuestros caprichos. Conviene, por lo tanto, observar, esperar los resultados, tomarlos al vuelo. Es por esto que afirmamos con claridad que es un ignorante o un impostor cualquiera que se vanaglorie de obtenerlos a voluntad. Por este motivo el verdadero Espiritismo no se presentará jamás en espectáculos o no subirá, en ningún momento, en los escenarios de los teatros. Existe algo de ilógico en la suposición de que los espíritus vengan a hacernos el juego y a someterse a una investigación cualquiera, como simples objetos de curiosidad.
Los fenómenos, por lo tanto, podrían faltar cuando se precisaren, o presentarse en un orden completamente diferente de aquel que se desea. Agregamos, todavía, que para obtenerlos se necesitan personas con facultades especiales, y que estas facultades varían hasta el infinito según la aptitud de los individuos. Ahora, siendo extremadamente raro que la misma persona tenga todas las aptitudes, esto constituye una dificultad adicional, ya que se necesitaría tener siempre a la mano una verdadera colección de sensitivos, lo que no es, generalmente, posible.
El medio de obviar este inconveniente es muy simple, es preciso empezar por la teoría; todos los fenómenos han sido estudiados; ellos son explicados, se puede adquirir conciencia de los mismos, comprender su posibilidad, conocer las condiciones en las cuales se pueden producir y los obstáculos que les son inherentes; cualquiera que sea el orden en el cual se manifiesten, dadas las circunstancias, no tendrán nada más que puedan sorprender.
COMENTARIO EXEGÉTICO GIC: -"Quien desea ser un virtuoso en la ejecución de un instrumento musical, precisa estudiar, antes de todo, el solfeo, y a medida que avanza en la práctica, lo hace, paralelamente, con la teoría. Igual ocurre con el dominio de cualquier ciencia. Nada sorprende, por lo tanto, que se haga lo mismo con el estudio y práctica de la Doctrina Espirita, es decir, que se empiece por la teoría".
Esta vía ofrece, todavía, otra ventaja; la de ahorrar, a quien desee experimentar, una cantidad enorme de desengaños; estando prevenido en contra de las dificultades, puede permanecer en guardia, y evitar la adquisición de la experiencia a sus expensas.
Dado el largo período que ha transcurrido desde el momento en que hemos comenzado a ocuparnos de Espiritismo, resultaría difícil mencionar el número de personas que han venido  a nosotros, y entre éstas cuántas hemos visto permanecer indiferentes e incrédulas en presencia de los hechos más evidentes, las cuales fueron convencidas, más tardes, por una razonada explicación. Una enorme cantidad de estas personas estuvo dispuesta a la convicción por medio del razonamiento; tanta otra, en fin, fue persuadida sin haber visto nada, sino, únicamente, por cuanto habían comprendido! Nosotros, por lo tanto, hablamos por experiencia, la cual nos ha demostrado que el mejor método de enseñanza espirita es el de dirigirse a la razón antes que a los sentidos físicos.  Este es, también, el método que tenemos en nuestras lecciones, del cual no hemos obtenidos más que beneficios.
15.               El estudio preventivo de la teoría tiene, todavía, la ventaja de mostrar, en forma inmediata, la magnitud de su finalidad y el alcance de esta ciencia. En cambio, quien comienza con ver una mesa girar o reflejar golpes, es conducido a la duda, por cuanto difícilmente puede imaginarse que de una mesa pueda salir una doctrina regenerativa de la humanidad. Nosotros hemos siempre observado que, aquellos que creen antes de haber visto, por haber estudiado y comprendido, muy lejos de ser superficiales, son al contrario quienes reflexionan mejor. Ateniéndose más al fondo que a la forma, para ellos la parte filosófica es la principal, y los fenómenos propiamente dichos lo accesorio; a tales efectos dicen: Aún cuanto estos fenómenos no existiesen, quedaría, siempre, una aceptable filosofía, que por sí sola resuelve problemas que hasta ahora habían quedado insolubles. Por sí sola aporta la teoría más racional del pasado del ser humano y de su porvenir. Ahora, ellos prefieren una doctrina que explique a cualquier otra que deje de hacerlo o que lo haga en forma inadecuada. Quienquiera que reflexione percibe bien que se podría hacer abstracción de las manifestaciones, y que la doctrina subsistiría siempre. Las manifestaciones coadyuvan a corroborarla, a confirmarla, pero no son la base esencial. El observador serio no las rechaza, al contrario, atiende las circunstancias favorables que le permitan ser un testigo ocular. La prueba de esto que nosotros expresamos es que, antes de haber estudiado el fenómeno, un gran número de personas tenían la intuición de esta doctrina, la cual no hizo más que dar un cuerpo, una coordinación a sus ideas.
16.               Sería, por otra parte, inexacto decir que carecen de observaciones prácticas quienes empiezan desde la teoría; ellos, al contrario, poseen las que a su entender son de un peso mayor de cuanto se podría producir en su presencia. Estos son los hechos de numerosas manifestaciones espontáneas, de las cuales hablaremos en los siguientes capítulos. Pocos son aquellos que no poseen conocimientos, por lo menos por relaciones referidas; muchos de ellos fueron testigos oculares, si bien no les hayan prestado más que una mínima atención. La teoría tiene por finalidad facilitar la explicación; y nosotros decimos que estos hechos tienen un gran peso, por cuanto se apoyan sobre irrecusables testimonios, a los cuales no se le puede suponer que han sido preparados a conveniencia. Si los fenómenos provocados no existieran, los espontáneos existirían igualmente, y el Espiritismo tendría por resultado el de aportar una solución racional, lo cual sería, ya, mucho. Es por esto, que la mayor parte de aquellos que leen preventivamente, reportan sus reminiscencias sobre estos hechos, las cuales representan una confirmación de la teoría.
17.               Se engañaría sobre nuestra manera de considerar la cuestión quien supusiese que aconsejamos descuidar los hechos. Son los hechos que nos han conducidos a la teoría. Es verdad que hemos debido invertir un esfuerzo continuo por muchos años, coadyuvado por miles de observaciones; empero, por cuanto los hechos nos han servido y nos sirven diariamente, seríamos inconsecuentes con nosotros mismos si les restáramos importancia, y sobretodo por cuanto redactamos un libro destinado a hacerlos conocer. Afirmamos, solamente, que sin el razonamiento ellos no bastan para determinar la convicción; es necesaria una explicación preventiva demostrando que nada tienen de contrario a la razón, para disponer a su aceptación. De hecho, sobre diez personas completamente novatas que asistan a una sesión experimental, quizá, aún, de las más satisfactorias desde el punto de vista de los iniciados, nueve de ellas saldrán sin haberse convencido, y más de una estará más incrédula que antes, por cuanto las experiencias no habrán correspondido a sus expectativas. Muy diferente resultará para quienes posean un conocimiento teórico anticipado; para ellas esto no es más que un medio de control; nada les sorprende, ni siquiera la ausencia de éxito, por cuanto saben en cual condición se producen los hechos, y que no se le puede inquirir más de lo que puedan dar.
La comprensión anticipada de los hechos les pone en la posición de darse cuenta de todas las anomalías, y además, les permite percibir una serie de particulares, de gradaciones con frecuencia delicadísimas, que son para ellas medios de convicción, las cuales escapan al observador ignorante. Tales son los motivos que nos empeñan a nuestras sesiones experimentales solamente a aquellas personas que ya poseen nociones preparatorias suficientes para comprender lo que acontece, persuadidos que las otras perderían su tiempo o nos harían perder el nuestro.
18.               Nosotros aconsejamos a quienes quieran adquirir estos conocimientos preliminares con la lectura de nuestras obras a seguir el orden siguiente:
                        I.    Qué es el Espiritismo? Este pequeño volumen es una exposición sintética de los principios de la Doctrina Espirita, una ojeada general que permite abarcar el conjunto en un cuadro esquemático. En pocas palabras, se percibe la finalidad y se pueden apreciar sus principios. Se encuentra la respuesta a las principales cuestiones y a las objeciones que se le anteponen por las personas novatas. Esta primera lectura, que precisa muy poco tiempo, es una introducción que facilita un estudio más profundo.
                    II.    El Libro de los Espíritus: Contiene la Doctrina completa dictada por los mismos Espíritus, con toda su filosofía y todas sus consecuencias morales; el destino futuro de la humanidad es puesto al descubierto, así como la iniciación a la naturaleza de los Espíritus y a los misterios de la vida en la dimensión espiritual. Leyéndolo se comprende que el Espiritismo tiene un objetivo serio, y que no es un frívolo pasatiempo.
COMENTARIO EXEGÉTICO GIC: -"El Libro de los Espíritus es una de las obras cumbres del pensamiento universal, que, con las respuestas a sus 1.019 preguntas principales, formuladas por uno de los mejores pedagogos franceses del siglo XIX, como lo fue Hipolite León Denizard Rivail, más sus propios comentarios sobre los más variados temas, permite formarse una idea precisa de la realidad universal, de Dios y sus atributos divinos, o valores universales, del eterno e inmortal Espíritu y sus facultades, de la pluralidad de existencias, de la pluralidad de mundos habitados y de las leyes universales, incluyendo las de índole moral, para el perfeccionamiento del ser humano. Es una obra que se constituye en libro de cabecera desde la lectura de su primera página, contribuyendo al cumplimiento de la gran misión de cada quien en el planeta tierra".
                III.    El Libro de las Facultades: Está destinado a dirigir la práctica de las manifestaciones, con el conocimiento de los medios más propicios para comunicar con los Espíritus; es una excelente guía tanto para los sensitivos como  para los que se inicia en el estudio y práctica. Es el complemento de El Libro de los Espíritus.
                   IV.    La Revista Espirita: Es una colección variada de los hechos, de las explicaciones teóricas y de los aspectos particulares, los cuales completan todo lo que ha sido dicho en las obras precedentes, siendo, de alguna manera, su aplicación. Su lectura puede ser efectuada al mismo tiempo, pero será más provechosa y más inteligible sobre todo después de la de El Libro de los Espíritus.
Este es el fruto de nuestro esfuerzo.
Aquellos que anhelan conocer todo en una ciencia, deben, necesariamente, leer la totalidad de lo que se ha escrito a tal fin, o por lo menos las cosas principales, y no limitarse a un solo autor; es preciso leer el Pro y el contra, tanto las críticas como las apologías, iniciándose a los diferentes sistemas mediante los cuales poder juzgar haciendo las debidas confrontaciones.
Bajo este aspecto, nosotros no preconizamos ni criticamos ninguna obra, no queriendo influenciar para nada la opinión que cada quien podría formarse por si mismo. Aportando nuestra piedra al edificio nos colocamos al orden; no es nuestra función la de ser juez y parte, y no tenemos la ridícula pretensión de ser los únicos dispensadores de la luz; está al lector juzgar la parte buena y la opuesta, la verdad y la falsedad.


LO MARAVILLOSO Y LO SOBRENATURAL



 DE: EL LIBRO DE LAS FACULTADES.

LO MARAVILLOSO  Y LO SOBRENATURAL

Autor: ALLAN KARDEC
Versión castellana: Giuseppe Isgró C.

Capítulo II

1.       Si la creencia en los Espíritus y en sus manifestaciones fuese un concepto aislado, el producto de un sistema, ella podría, con alguna apariencia de razón, ser susceptible de considerársele una ilusión. Pero, de gracia, se nos explique porqué esta creencia se encuentra de manera tan manifiesta en todos los pueblos antiguos y modernos, y en los libros de todas las corrientes espirituales conocidas? Esto se explica, según los críticos, porque el ser humano, en cada época, ha amado lo maravilloso.
Qué es, por lo tanto, lo maravilloso según vosotros?  Es decir, lo sobrenatural. Qué entendéis, vosotros, por lo sobrenatural? Aquello que es contrario o que escapa a las leyes de la naturaleza comúnmente entendidas. Vosotros, por lo tanto, os encontráis de tal manera dentro de estas leyes que os resulta posible asignarle un límite a la potencia de Dios? Y bien, entonces probad que la existencia de los Espíritus,  y sus manifestaciones, son contrarias a las leyes de la naturaleza; que la misma no es y no puede ser una de estas leyes. Seguid la Doctrina Espirita y observad si esta concatenación no tiene todos los caracteres de una ley admirable, la cual resuelve todo aquello que las leyes filosóficas no han podido resolver hasta ahora. El pensamiento es uno de los atributos del Espíritu; la posibilidad de actuar sobre la materia, de hacerse perceptible por medio de nuestros sentidos, y, seguidamente transmitir su pensamiento, resulta, si de esta manera podemos expresarlo, de su constitución fisiológica; por lo tanto, no hay en este hecho nada de sobrenatural, nada de maravilloso. Que en una persona, después de la desencarnación del Espíritu, su cuerpo vuelva a vivir, que sus miembros dispersos se reúnan para formarlo de nuevo, he aquí lo maravilloso, lo sobrenatural, lo fantástico; esto constituiría un avenimiento excepcional que Dios no podría cumplir sino por medio de una alteración de las leyes naturales; pero, nada de esto se encuentra en la Doctrina Espirita.
2.       No obstante esto, alguien podría decir: -“Vosotros admitid que un Espíritu pueda elevar una mesa y mantenerla en el espacio sin punto de apoyo; no sería esto una excepción a la ley de gravedad?
Antes de que la fuerza ascensional de algunos gases fuese probada, quién habría dicho que una pesada maquina hubiese podido triunfar de la fuerza de atracción?  A los ojos del vulgo, no debía esto parecer maravilloso, diabólico? Quién, en el siglo XVIII, hubiese propuesto de transmitir un despacho a muchos kilómetros de distancia y de recibir después de algún minuto, habría pasado por insensato; de lograrlo, se habría creído que tenía el diablo a sus órdenes, por cuanto, en aquel tiempo, solo a él se le consideraba capaz de desplazarse tan rápido. Por qué, por lo tanto, un fluido desconocido no podría tener la propiedad, en determinadas circunstancias, de contrabalancear el efecto de la gravedad, al igual que el hidrógeno contrabalancea el peso de una pelota? Esto, notémoslo, de paso, es una comparación, y es un hecho para demostrar, por analogía, que el mismo no es físicamente imposible. Ahora es, precisamente, cuando los científicos, en la observación de estos fenómenos, quisieron proceder por la vía de las analogías  y se salieron fuera de la realidad. Del resto, el hecho está ahí, todas las negaciones posibles no pudieron impedir que el fenómeno no exista, por cuanto negar no significa demostrar; para nosotros no hay nada de sobrenatural; esto es cuanto, por ahora, podemos asegurar.
3.       Si el hecho es constatado, declaran los adversarios, nosotros los aceptamos; también la causa que queréis atribuirle, la de un fluido desconocido; pero, quién prueba la intervención de los Espíritus? Aquí está lo maravilloso, lo sobrenatural.
Ahora se precisaría una plena demostración que no estaría en su justo lugar y desempeñaría, por otra parte, un doble empleo, por cuanto ella emerge de todas las otras partes de la enseñanza. Todavía, para reasumirla en alguna palabra, diremos que ella está teóricamente fundada sobre este principio: Cada efecto inteligente debe tener una causa inteligente; en la práctica, después, por encima de esta observación que los fenómenos definidos espiritas, teniendo determinadas pruebas de inteligencia, debían tener su causa fuera de la materia; que esta inteligencia, no siendo la de los individuos presentes –este es un resultado de la experiencia- debía serle, a ellos, extraña; en fin, por cuanto no se veía el ser que actuaba, él era, por lo tanto, un ser invisible. Es entonces que, de observación en observación, se llegó a reconocer que este ser invisible, a quien se le dio el nombre de Espíritu, no es otro que la personalidad del alma de quienes ya vivieron en la dimensión física, y que la desencarnación ha despojado de su envoltura visible, quedándole a ellos una envoltura etérea, invisible para nosotros en su estado normal. Aquí reside, por lo tanto, lo maravilloso y lo sobrenatural reducidos a más simples expresiones. Constatada, de esta manera, la existencia de los seres espirituales, su acción sobre la materia resulta de la naturaleza de su envoltura fluídica; está acción es inteligente, por cuanto, desencarnando, ellos no han dejado más que su cuerpo, pero conservan la inteligencia, que es su esencia. Aquí está la clave de todos estos fenómenos tenidos, por error, como sobrenaturales. La existencia de los Espíritus no es, por lo tanto, un sistema preconcebido, una hipótesis imaginada para explicar los hechos; es un resultado de la observación y la consecuencia natural de la existencia del Espíritu; negar esta causa equivaldría a negar el Espíritu y sus atributos. Quienes pudiesen pensar de poder dar de estos efectos inteligentes una solución más racional, pudiendo, sobre todo dar razón de todos los hechos, que la den, si les es factible, y entonces se podrá analizar el mérito  de cada una.
4. A los ojos de quienes consideran la materia como la sola presencia de la naturaleza, todo lo que no puede ser explicado con las leyes de la materia es, para ellos, maravilloso o sobrenatural; y consideran lo maravilloso como sinónimo de superstición. A este título, la espiritualidad fundada sobre la existencia de un principio inmaterial sería un conjunto de supersticiones; ellos no osan decirlo en voz alta, pero lo susurran en voz baja, y estiman salvar las apariencias concediendo que se precisa una espiritualidad para el pueblo con el fin de que los chavales sean buenos; ahora, de las dos cosas, la primera: o el principio espiritual es verdadero, o bien es falso; si es verdadero, debe serlo para todos; si es falso, no es mejor para los ignorantes que para la gente ilustrada.
5. Quienes combaten la Doctrina Espirita en nombre de lo maravilloso, se apoyan, generalmente, sobre el principio materialista, ya que negando la existencia de cualquier efecto extra-material, niegan, en consecuencia, la existencia del Espíritu. Investigad el fondo de su pensamiento, escrutad bien el sentido de sus palabras, y veréis casi siempre que este principio si no es categóricamente formulado, aparece debajo del ropaje de una pretendida filosofía racional del cual ellos lo cubren. Ubicando en lo maravilloso todo lo que deriva de la existencia del Espíritu, son, por lo tanto, consecuentes consigo mismos; no admitiendo la causa no pueden admitir los efectos; de este se deriva, en ellos, una opinión preconcebida que les rinde inadecuados para juzgar sanamente el Espiritismo; ya que ellos parten del principio de la negación de todo lo que no es material. En cuanto a nosotros, admitiendo los efectos que son la consecuencia de la existencia del Espíritu, se deriva de ello, quizá, que aceptamos todos los hechos cualificados como maravillosos? Se conocería bien poco el Espiritismo si se pensara de esta manera; pero los adversarios de la doctrina no se afanan demasiado; la necesidad de conocer el contenido de lo que ellos hablan es la última de sus preocupaciones. Según ellos, lo maravilloso es absurdo; ahora, el Espiritismo se apoya sobre hechos maravillosos, por lo cual sería absurdo. Este es, en su apreciación, un juicio sin apelación.  Creen de oponer un argumento incontrovertible, cuando, después de haber hecho eruditas búsquedas sobre los convulsionarios de “Medardo”, los calvinistas de las Cevenas, o las practicantes de Loudun, han llegado a descubrir algunos hechos evidentes de engaño que nadie refuta; pero estas historias son, quizá, el evangelio del Espiritismo? Sus sustentadores han negado, alguna vez, que el charlatanismo ha usufructazo de cierto hechos a su favor, que la imaginación haya creado otros, y que el fanatismo haya exagerado muchísimos?  No se puede rendir el Espiritismo solidario con las extravagancias que en su nombre se puedan cometer, en el mismo modo que no se puede rendir la ciencia verdadera solidaria con los abusos que la ignorancia puede hacer en su perjuicio, como tampoco se puede rendir responsable la verdadera espiritualidad de los excesos del fanatismo. Muchos críticos juzgan el Espiritismo basándose sobre cuentos de hadas y en las leyendas populares, que representan una ficción. De igual manera ocurriría si se juzgase a la historia sobre la base de novelas históricas u obras de teatro.
6. Con elemental lógica, para controvertir una cosa es preciso, antes, conocerla, ya que la opinión de un crítico no tiene valor sino en cuanto él habla con perfecto conocimiento de causa. Sólo entonces su opinión, aunque errónea, puede ser tomada en consideración; pero, cuál peso puede tener ella cuando se trata de una temática que él no conoce? El verdadero crítico debe dar prueba no solamente de erudición, sino de una ciencia profunda acerca del sujeto sobre el que comienza a tratar, de un juicio sano y de una imparcialidad a toda prueba; de otras maneras, al primero que se le ocurra pudiese abrogarse el derecho de juzgar a Rossini, y un albañil el de censurar a Rafael.
7. La Doctrina Universal no acepta, por lo tanto, todos los hechos estimados como maravillosos y sobrenaturales; al contrario, eso demuestra la imposibilidad de un gran número  de creencias, y el ridículo de ciertas otras que constituyen, propiamente dicho, la superstición. Es, por lo tanto, verdadero, que la Doctrina Universal admite que existen cosas  que a los incrédulos les parecen puramente maravillosas, es decir, que caen en el dominio de la superstición; aunque se admita esto, sería deseable, por lo menos, que centrasen su análisis sobre estos puntos, desde el momento que sobre los otros nada hay que decir y vosotros predicáis a convertidos.
Apegándoos a lo que la misma Doctrina Universal rechaza, demostráis el desconocimiento de la temática y la ausencia de validez de vuestros argumentos.
Pero, dirán ellos, en dónde se detiene la creencia en la Doctrina Universal? Leed, observad y luego lo conoceréis. Toda ciencia se adquiere únicamente con el tiempo y el estudio; ahora, la Doctrina Universal, que toca las cuestiones de mayor importancia de la filosofía y todas las ramas del orden social, que abraza, al mismo tiempo, el ser físico y el moral, constituye, ella misma, una ciencia completa, una filosofía que no puede ser aprendida en una hora, al igual que no sería posible hacerlo con ninguna otra disciplina. Sería, igualmente, pueril ver toda la Doctrina Universal en una mesa giratoria, como lo sería ver la física completa en ciertos juguetes de niños. Cualquiera que no desee detenerse en su superficie, deberá emplear no solamente algunas horas, sino meses y años, antes de descifrar todos los arcanos que les son inherentes. De esto se puede deducir cual grado de conocimiento, y valor, pueda tener la opinión de quienes se atribuyen el derecho de juzgar por el solo hecho de haber visto, cuando más, una o dos experiencias, con frecuencia como medio de distracción y de pasatiempo. Diremos, que sin duda no tienen la disposición de dedicar todo el tiempo que sea necesario a este estudio; dado que nada le obliga, es válido; pero, entonces, cuando no se tiene el tiempo para aprender algo, se debe evitar de hablar sobre el tema, y más aún, dejar de emitir juicios al respecto si no se desea ser acusados de ligereza; ahora, mientras más se ocupe una elevada posición en la ciencia menos se es eximidos de tratar ligeramente un tema de estudio que no se conoce.
8. Resumiendo, diremos:
                I.   Todos los fenómenos espirituales tienen por principio la existencia del Espíritu, su sobrevivencia al cuerpo y sus manifestaciones.
             II.   Estos fenómenos, siendo fundados sobre una ley de la naturaleza nada tienen de maravilloso y de sobrenatural, en el sentido vulgar de este término.
           III.   Muchos hechos son calificados de sobrenaturales únicamente porque se le desconoce la causa; la Doctrina Universal, asignándole una causa, le hace reentrar en el dominio de los fenómenos naturales.
             IV.   Entre los hechos cualificados como sobrenaturales, existen muchos de los cuales la Doctrina Universal demuestra su imposibilidad, los cuales clasifican entre las creencias supersticiosas.
               V.   Aún cuando la Doctrina Universal reconozca en muchas creencias populares un trasfondo de verdad, no acepta, sin embargo, todas las historias fantásticas creadas por la imaginación.
             VI.   Juzgar la Doctrina Universal tomando en cuenta los hechos que ella no admite, constituye una prueba de ignorancia, lo cual le resta todo valor a la opinión emitida.
          VII.   La explicación de los hechos admitidos por la Doctrina Universal, sus causas y consecuencias morales, constituyen una ciencia y una filosofía completa, que precisa de un estudio serio, perseverante y profundo.
       VIII.   La Doctrina Universal no puede retener como un crítico serio sino a aquel que ha visto, estudiado y profundizado todo, con la paciencia y la perseverancia de un observador concienzudo; el que sobre este argumento supiese tanto como el adepto más iluminado; que tuviese, en consecuencia, desarrollados sus conocimientos más allá de las novelas de la ciencia; a quien no se pudiese oponer ningún hecho que él no conociese, algún argumento que no hubiese ya meditado; aquel que confutase con los argumentos más perentorios y no con simples negaciones; quien, en fin, que pudiese asignar una causa más lógica los hechos constatados. Pero, hasta ahora este crítico no se ha, aún, encontrado.
9. Nosotros hemos, hace poco, pronunciado la palabra “milagro”; una breve explicación sobre el tema no estará fuera de lugar en este capítulo, que versa sobre lo maravilloso.
En su valor primitivo, y por su etimología, la palabra “milagro” significa algo extraordinario, admirable al verse; pero este término como tantos otros, se alejó de su sentido original, y hoy, según la acepción académica, en Francia, quiere significar un acto de la potencia divina contrario a las leyes comunes de la naturaleza. Tal, en efectos, es su usual significado, y solamente a modo de comparación y de metáfora se aplica a las cosas vulgares que nos sorprenden, cuya causa es desconocida. No forma parte de nuestro objetivo examinar si Dios pudo juzgar útil, en determinadas circunstancias, derogar las leyes por él mismo establecidas. Nuestra finalidad es la de demostrar que los fenómenos espirituales, por cuánto extraordinarios puedan ser, no derogan, en absoluto, a estas leyes, y que no tienen ningún carácter milagroso, y mucho menos son maravillosos y sobrenaturales. El “milagro” no se explica; los fenómenos espirituales, al contrario, se explican en la manera más racional; no son, por lo tanto, milagros, sino simples efectos, que tienen su razón de ser en las leyes generales. El “milagro” tiene, todavía, otro carácter, y es el de ser insólito y aislado. Ahora, desde el momento que un hecho se reproduce, por decirlo así, a voluntad, y por diversas personas, ese no puede ser un “milagro”.
La ciencia hace, hoy en día, “milagros” a los ojos de los ignorantes; esta es la razón por la cual, una vez, quienes se elevaban del vulgo eran tenidos como “brujos”; y dado que se creía que cada ciencia sobrehumana venía del “diablo”, ellos eran conducidos a la hoguera. Hoy, en tiempos más avanzados de la civilización, se limitan a enviarlos al manicomio.
“Milagro” sería aquel por el cual un ser humano que hubiese desencarnado fuese llamado, nuevamente, a la vida mediante la intervención divina, como ya fue dicho, porque es algo contrario a las leyes de la naturaleza. Pero, si esta persona tiene, únicamente, las apariencias de la ausencia de la vida, si permanece, en ella, una remanencia de vitalidad latente, y la ciencia, mediante una acción magnética alcance a reanimarle, para la gente conocedora esto sería un fenómeno natural; pero a los ojos del vulgo ignorante el hecho pasará por milagroso y el autor será o lapidado o venerado, según el carácter de los individuos. Si en medio de ciertas campiñas un físico lanza al aire un papagayo, o cometa, y hace caer un rayo sobre un árbol, este nuevo Prometeo será, ciertamente, tenido como un hombre armado de potencia diabólica. Y, sea dicho de paso, Prometeo, según nosotros, pareciera haber precedido a Franklin; pero Josué, que detiene el movimiento del sol, o más bien de la tierra, genera, para nosotros, el verdadero milagro, por cuanto no conocemos ningún magnetizador dotado de una potencia tan grande para operar un prodigio similar. Entre todos los fenómenos espirituales, uno de los más extraordinarios es, sin duda, el de la escritura directa, por cuanto demuestra, en la manera más clara, la acción de las inteligencias ocultas; pero no por esto es más milagroso de los demás fenómenos atribuidos a los agentes invisibles; por cuanto estos seres ocultos que pueblan el espacio son una potencia de la naturaleza, cuya acción es constante sobre el mundo material, tanto como sobre el moral.
La Doctrina Universal, iluminándonos sobre esta potencia, nos da la llave de una cantidad de cosas inexplicadas e inexplicables de todos los demás medios, y que han podido ser tenidas por prodigiosas en tiempos pasados; ella revela, como por su lado lo hace el magnetismo, una ley, si no desconocida, por lo menos mal comprendida; o, mejor dicho, se conocían los efectos, ya que se han producidos en todos los tiempos, pero se ignoraba la ley de la cual eran regidos, y esta ignorancia generó la superstición. Conocida esta ley, lo maravilloso desaparece y los fenómenos reentran en el orden de las cosas naturales. Esta es la razón por la cual los espiritas no realizar “milagros” en el movimiento de las mesas, o en la comunicación escrita de los Espíritus, más de lo que lo haga el médico reviviendo una persona, o el físico atrayendo el rayo.
Quien pretendiese, con la ayuda de esta ciencia, hacer “milagros”, sería un ignorante, o un charlatán.
10.   Los fenómenos espiritas, al igual que los magnéticos, antes de que se conociese la causa, fueron creídos prodigios; ahora, como los escépticos, los espíritus fuertes, es decir, aquellos que creen tener el privilegio exclusivo de la razón y del buen sentido, no consideran posible una cosa desde el momento en que no la comprenden, de esta manera todos los hechos creídos prodigiosos constituyen el objeto de sus burlas; y dado que las diversas espiritualidades contienen un gran número de hechos de este género, ellos no creen en la espiritualidad, y de ahí a la incredulidad absoluta no hay más que un paso. La Doctrina Espirita, explicando la mayor parte de estos hechos, les otorga una razón de ser. Ello viene, por lo tanto, en ayuda de la espiritualidad demostrando la posibilidad de ciertos hechos, los cuales, aunque privados del carácter milagroso, no son menos extraordinarios; y Dios no queda menos grande, ni menos potente, mientras no derogue sus leyes.
De estas burlas no fueron objeto las levitaciones de José de Cupertino! Ahora, la suspensión etérea de los cuerpos pesados es un hecho explicado por la ley espirita; nosotros fuimos testigos oculares, y el señor Home, al igual que otras personas conocidas, han repetido en diversas ocasiones los fenómenos realizados por José de Cupertino. Por lo tanto, este fenómeno entra en el orden de las cosas naturales, aun cuando no sean comunes.
11.   En el número de los hechos de este género conviene poner en primera línea las apariciones, por cuanto estas son más frecuentes.  Aquella de la Salette, sobre la cual existe divergencia de opiniones, nada tiene de insólito para nosotros. Ciertamente, nosotros no podemos afirmar que el hecho haya tenido lugar, ya que no tenemos la prueba material; pero, para es posible, ya que conocemos miles de casos análogos de manifestación reciente. Creemos, no solamente porque su realidad es para nosotros algo aceptado, sino, sobretodo porque nos percatamos de la manera en la cual se producen. Reenviamos al lector a la teoría, que damos enseguida, de las apariciones, y cada quien podrá descubrir como este fenómeno se convierte en algo tan simple y plausible, cuanto muchos fenómenos físicos, que parecen prodigiosos únicamente porque no se posee la explicación. En cuanto, luego, al personaje que se presentó en la Salette, es una cuestión diferente; su identidad no nos ha sido, en absoluto, demostrada; constatamos, simplemente, que una aparición pudo haber tenido lugar, el resto no es de nuestra competencia; cada quien puede, sobre este punto, conservar sus convicciones; la Doctrina Espirita no debe ocuparse de ello. Aseguramos, solamente, que los hechos producidos por el Espiritismo nos revelan nuevas leyes y nos dan la llave de una cantidad de cosas que parecían sobrenaturales; si algunos de estos hechos, que pasaban por milagros encuentran una explicación lógica, esto constituye un motivo adicional para no apresurarse a negar lo que no se comprende. Los fenómenos espiritas son demostrados por determinadas personas, precisamente porque, pareciendo salir de la ley común, no se puede rendir cuenta. Dadle  a ellos una base racional, y cesará la duda. La explicación, en este siglo que no se conforma con simples palabras, es, por lo tanto, un poderoso motivo de convicción; de esta manera, nosotros vemos, cada día, personas que no fueron jamás testigos de algún hecho, que no tuvieron nunca modo de ver una mesa giratoria, ni a un sensitivo escribir, y que, no obstante, están convencidas tanto como nosotros únicamente porque han leído y comprendido. Si deberíamos creer, solamente, a lo que hemos visto con los ojos, nuestras convicciones se reducirían a muy poca cosa.