jueves, 24 de mayo de 2012

LO MARAVILLOSO Y LO SOBRENATURAL



 DE: EL LIBRO DE LAS FACULTADES.

LO MARAVILLOSO  Y LO SOBRENATURAL

Autor: ALLAN KARDEC
Versión castellana: Giuseppe Isgró C.

Capítulo II

1.       Si la creencia en los Espíritus y en sus manifestaciones fuese un concepto aislado, el producto de un sistema, ella podría, con alguna apariencia de razón, ser susceptible de considerársele una ilusión. Pero, de gracia, se nos explique porqué esta creencia se encuentra de manera tan manifiesta en todos los pueblos antiguos y modernos, y en los libros de todas las corrientes espirituales conocidas? Esto se explica, según los críticos, porque el ser humano, en cada época, ha amado lo maravilloso.
Qué es, por lo tanto, lo maravilloso según vosotros?  Es decir, lo sobrenatural. Qué entendéis, vosotros, por lo sobrenatural? Aquello que es contrario o que escapa a las leyes de la naturaleza comúnmente entendidas. Vosotros, por lo tanto, os encontráis de tal manera dentro de estas leyes que os resulta posible asignarle un límite a la potencia de Dios? Y bien, entonces probad que la existencia de los Espíritus,  y sus manifestaciones, son contrarias a las leyes de la naturaleza; que la misma no es y no puede ser una de estas leyes. Seguid la Doctrina Espirita y observad si esta concatenación no tiene todos los caracteres de una ley admirable, la cual resuelve todo aquello que las leyes filosóficas no han podido resolver hasta ahora. El pensamiento es uno de los atributos del Espíritu; la posibilidad de actuar sobre la materia, de hacerse perceptible por medio de nuestros sentidos, y, seguidamente transmitir su pensamiento, resulta, si de esta manera podemos expresarlo, de su constitución fisiológica; por lo tanto, no hay en este hecho nada de sobrenatural, nada de maravilloso. Que en una persona, después de la desencarnación del Espíritu, su cuerpo vuelva a vivir, que sus miembros dispersos se reúnan para formarlo de nuevo, he aquí lo maravilloso, lo sobrenatural, lo fantástico; esto constituiría un avenimiento excepcional que Dios no podría cumplir sino por medio de una alteración de las leyes naturales; pero, nada de esto se encuentra en la Doctrina Espirita.
2.       No obstante esto, alguien podría decir: -“Vosotros admitid que un Espíritu pueda elevar una mesa y mantenerla en el espacio sin punto de apoyo; no sería esto una excepción a la ley de gravedad?
Antes de que la fuerza ascensional de algunos gases fuese probada, quién habría dicho que una pesada maquina hubiese podido triunfar de la fuerza de atracción?  A los ojos del vulgo, no debía esto parecer maravilloso, diabólico? Quién, en el siglo XVIII, hubiese propuesto de transmitir un despacho a muchos kilómetros de distancia y de recibir después de algún minuto, habría pasado por insensato; de lograrlo, se habría creído que tenía el diablo a sus órdenes, por cuanto, en aquel tiempo, solo a él se le consideraba capaz de desplazarse tan rápido. Por qué, por lo tanto, un fluido desconocido no podría tener la propiedad, en determinadas circunstancias, de contrabalancear el efecto de la gravedad, al igual que el hidrógeno contrabalancea el peso de una pelota? Esto, notémoslo, de paso, es una comparación, y es un hecho para demostrar, por analogía, que el mismo no es físicamente imposible. Ahora es, precisamente, cuando los científicos, en la observación de estos fenómenos, quisieron proceder por la vía de las analogías  y se salieron fuera de la realidad. Del resto, el hecho está ahí, todas las negaciones posibles no pudieron impedir que el fenómeno no exista, por cuanto negar no significa demostrar; para nosotros no hay nada de sobrenatural; esto es cuanto, por ahora, podemos asegurar.
3.       Si el hecho es constatado, declaran los adversarios, nosotros los aceptamos; también la causa que queréis atribuirle, la de un fluido desconocido; pero, quién prueba la intervención de los Espíritus? Aquí está lo maravilloso, lo sobrenatural.
Ahora se precisaría una plena demostración que no estaría en su justo lugar y desempeñaría, por otra parte, un doble empleo, por cuanto ella emerge de todas las otras partes de la enseñanza. Todavía, para reasumirla en alguna palabra, diremos que ella está teóricamente fundada sobre este principio: Cada efecto inteligente debe tener una causa inteligente; en la práctica, después, por encima de esta observación que los fenómenos definidos espiritas, teniendo determinadas pruebas de inteligencia, debían tener su causa fuera de la materia; que esta inteligencia, no siendo la de los individuos presentes –este es un resultado de la experiencia- debía serle, a ellos, extraña; en fin, por cuanto no se veía el ser que actuaba, él era, por lo tanto, un ser invisible. Es entonces que, de observación en observación, se llegó a reconocer que este ser invisible, a quien se le dio el nombre de Espíritu, no es otro que la personalidad del alma de quienes ya vivieron en la dimensión física, y que la desencarnación ha despojado de su envoltura visible, quedándole a ellos una envoltura etérea, invisible para nosotros en su estado normal. Aquí reside, por lo tanto, lo maravilloso y lo sobrenatural reducidos a más simples expresiones. Constatada, de esta manera, la existencia de los seres espirituales, su acción sobre la materia resulta de la naturaleza de su envoltura fluídica; está acción es inteligente, por cuanto, desencarnando, ellos no han dejado más que su cuerpo, pero conservan la inteligencia, que es su esencia. Aquí está la clave de todos estos fenómenos tenidos, por error, como sobrenaturales. La existencia de los Espíritus no es, por lo tanto, un sistema preconcebido, una hipótesis imaginada para explicar los hechos; es un resultado de la observación y la consecuencia natural de la existencia del Espíritu; negar esta causa equivaldría a negar el Espíritu y sus atributos. Quienes pudiesen pensar de poder dar de estos efectos inteligentes una solución más racional, pudiendo, sobre todo dar razón de todos los hechos, que la den, si les es factible, y entonces se podrá analizar el mérito  de cada una.
4. A los ojos de quienes consideran la materia como la sola presencia de la naturaleza, todo lo que no puede ser explicado con las leyes de la materia es, para ellos, maravilloso o sobrenatural; y consideran lo maravilloso como sinónimo de superstición. A este título, la espiritualidad fundada sobre la existencia de un principio inmaterial sería un conjunto de supersticiones; ellos no osan decirlo en voz alta, pero lo susurran en voz baja, y estiman salvar las apariencias concediendo que se precisa una espiritualidad para el pueblo con el fin de que los chavales sean buenos; ahora, de las dos cosas, la primera: o el principio espiritual es verdadero, o bien es falso; si es verdadero, debe serlo para todos; si es falso, no es mejor para los ignorantes que para la gente ilustrada.
5. Quienes combaten la Doctrina Espirita en nombre de lo maravilloso, se apoyan, generalmente, sobre el principio materialista, ya que negando la existencia de cualquier efecto extra-material, niegan, en consecuencia, la existencia del Espíritu. Investigad el fondo de su pensamiento, escrutad bien el sentido de sus palabras, y veréis casi siempre que este principio si no es categóricamente formulado, aparece debajo del ropaje de una pretendida filosofía racional del cual ellos lo cubren. Ubicando en lo maravilloso todo lo que deriva de la existencia del Espíritu, son, por lo tanto, consecuentes consigo mismos; no admitiendo la causa no pueden admitir los efectos; de este se deriva, en ellos, una opinión preconcebida que les rinde inadecuados para juzgar sanamente el Espiritismo; ya que ellos parten del principio de la negación de todo lo que no es material. En cuanto a nosotros, admitiendo los efectos que son la consecuencia de la existencia del Espíritu, se deriva de ello, quizá, que aceptamos todos los hechos cualificados como maravillosos? Se conocería bien poco el Espiritismo si se pensara de esta manera; pero los adversarios de la doctrina no se afanan demasiado; la necesidad de conocer el contenido de lo que ellos hablan es la última de sus preocupaciones. Según ellos, lo maravilloso es absurdo; ahora, el Espiritismo se apoya sobre hechos maravillosos, por lo cual sería absurdo. Este es, en su apreciación, un juicio sin apelación.  Creen de oponer un argumento incontrovertible, cuando, después de haber hecho eruditas búsquedas sobre los convulsionarios de “Medardo”, los calvinistas de las Cevenas, o las practicantes de Loudun, han llegado a descubrir algunos hechos evidentes de engaño que nadie refuta; pero estas historias son, quizá, el evangelio del Espiritismo? Sus sustentadores han negado, alguna vez, que el charlatanismo ha usufructazo de cierto hechos a su favor, que la imaginación haya creado otros, y que el fanatismo haya exagerado muchísimos?  No se puede rendir el Espiritismo solidario con las extravagancias que en su nombre se puedan cometer, en el mismo modo que no se puede rendir la ciencia verdadera solidaria con los abusos que la ignorancia puede hacer en su perjuicio, como tampoco se puede rendir responsable la verdadera espiritualidad de los excesos del fanatismo. Muchos críticos juzgan el Espiritismo basándose sobre cuentos de hadas y en las leyendas populares, que representan una ficción. De igual manera ocurriría si se juzgase a la historia sobre la base de novelas históricas u obras de teatro.
6. Con elemental lógica, para controvertir una cosa es preciso, antes, conocerla, ya que la opinión de un crítico no tiene valor sino en cuanto él habla con perfecto conocimiento de causa. Sólo entonces su opinión, aunque errónea, puede ser tomada en consideración; pero, cuál peso puede tener ella cuando se trata de una temática que él no conoce? El verdadero crítico debe dar prueba no solamente de erudición, sino de una ciencia profunda acerca del sujeto sobre el que comienza a tratar, de un juicio sano y de una imparcialidad a toda prueba; de otras maneras, al primero que se le ocurra pudiese abrogarse el derecho de juzgar a Rossini, y un albañil el de censurar a Rafael.
7. La Doctrina Universal no acepta, por lo tanto, todos los hechos estimados como maravillosos y sobrenaturales; al contrario, eso demuestra la imposibilidad de un gran número  de creencias, y el ridículo de ciertas otras que constituyen, propiamente dicho, la superstición. Es, por lo tanto, verdadero, que la Doctrina Universal admite que existen cosas  que a los incrédulos les parecen puramente maravillosas, es decir, que caen en el dominio de la superstición; aunque se admita esto, sería deseable, por lo menos, que centrasen su análisis sobre estos puntos, desde el momento que sobre los otros nada hay que decir y vosotros predicáis a convertidos.
Apegándoos a lo que la misma Doctrina Universal rechaza, demostráis el desconocimiento de la temática y la ausencia de validez de vuestros argumentos.
Pero, dirán ellos, en dónde se detiene la creencia en la Doctrina Universal? Leed, observad y luego lo conoceréis. Toda ciencia se adquiere únicamente con el tiempo y el estudio; ahora, la Doctrina Universal, que toca las cuestiones de mayor importancia de la filosofía y todas las ramas del orden social, que abraza, al mismo tiempo, el ser físico y el moral, constituye, ella misma, una ciencia completa, una filosofía que no puede ser aprendida en una hora, al igual que no sería posible hacerlo con ninguna otra disciplina. Sería, igualmente, pueril ver toda la Doctrina Universal en una mesa giratoria, como lo sería ver la física completa en ciertos juguetes de niños. Cualquiera que no desee detenerse en su superficie, deberá emplear no solamente algunas horas, sino meses y años, antes de descifrar todos los arcanos que les son inherentes. De esto se puede deducir cual grado de conocimiento, y valor, pueda tener la opinión de quienes se atribuyen el derecho de juzgar por el solo hecho de haber visto, cuando más, una o dos experiencias, con frecuencia como medio de distracción y de pasatiempo. Diremos, que sin duda no tienen la disposición de dedicar todo el tiempo que sea necesario a este estudio; dado que nada le obliga, es válido; pero, entonces, cuando no se tiene el tiempo para aprender algo, se debe evitar de hablar sobre el tema, y más aún, dejar de emitir juicios al respecto si no se desea ser acusados de ligereza; ahora, mientras más se ocupe una elevada posición en la ciencia menos se es eximidos de tratar ligeramente un tema de estudio que no se conoce.
8. Resumiendo, diremos:
                I.   Todos los fenómenos espirituales tienen por principio la existencia del Espíritu, su sobrevivencia al cuerpo y sus manifestaciones.
             II.   Estos fenómenos, siendo fundados sobre una ley de la naturaleza nada tienen de maravilloso y de sobrenatural, en el sentido vulgar de este término.
           III.   Muchos hechos son calificados de sobrenaturales únicamente porque se le desconoce la causa; la Doctrina Universal, asignándole una causa, le hace reentrar en el dominio de los fenómenos naturales.
             IV.   Entre los hechos cualificados como sobrenaturales, existen muchos de los cuales la Doctrina Universal demuestra su imposibilidad, los cuales clasifican entre las creencias supersticiosas.
               V.   Aún cuando la Doctrina Universal reconozca en muchas creencias populares un trasfondo de verdad, no acepta, sin embargo, todas las historias fantásticas creadas por la imaginación.
             VI.   Juzgar la Doctrina Universal tomando en cuenta los hechos que ella no admite, constituye una prueba de ignorancia, lo cual le resta todo valor a la opinión emitida.
          VII.   La explicación de los hechos admitidos por la Doctrina Universal, sus causas y consecuencias morales, constituyen una ciencia y una filosofía completa, que precisa de un estudio serio, perseverante y profundo.
       VIII.   La Doctrina Universal no puede retener como un crítico serio sino a aquel que ha visto, estudiado y profundizado todo, con la paciencia y la perseverancia de un observador concienzudo; el que sobre este argumento supiese tanto como el adepto más iluminado; que tuviese, en consecuencia, desarrollados sus conocimientos más allá de las novelas de la ciencia; a quien no se pudiese oponer ningún hecho que él no conociese, algún argumento que no hubiese ya meditado; aquel que confutase con los argumentos más perentorios y no con simples negaciones; quien, en fin, que pudiese asignar una causa más lógica los hechos constatados. Pero, hasta ahora este crítico no se ha, aún, encontrado.
9. Nosotros hemos, hace poco, pronunciado la palabra “milagro”; una breve explicación sobre el tema no estará fuera de lugar en este capítulo, que versa sobre lo maravilloso.
En su valor primitivo, y por su etimología, la palabra “milagro” significa algo extraordinario, admirable al verse; pero este término como tantos otros, se alejó de su sentido original, y hoy, según la acepción académica, en Francia, quiere significar un acto de la potencia divina contrario a las leyes comunes de la naturaleza. Tal, en efectos, es su usual significado, y solamente a modo de comparación y de metáfora se aplica a las cosas vulgares que nos sorprenden, cuya causa es desconocida. No forma parte de nuestro objetivo examinar si Dios pudo juzgar útil, en determinadas circunstancias, derogar las leyes por él mismo establecidas. Nuestra finalidad es la de demostrar que los fenómenos espirituales, por cuánto extraordinarios puedan ser, no derogan, en absoluto, a estas leyes, y que no tienen ningún carácter milagroso, y mucho menos son maravillosos y sobrenaturales. El “milagro” no se explica; los fenómenos espirituales, al contrario, se explican en la manera más racional; no son, por lo tanto, milagros, sino simples efectos, que tienen su razón de ser en las leyes generales. El “milagro” tiene, todavía, otro carácter, y es el de ser insólito y aislado. Ahora, desde el momento que un hecho se reproduce, por decirlo así, a voluntad, y por diversas personas, ese no puede ser un “milagro”.
La ciencia hace, hoy en día, “milagros” a los ojos de los ignorantes; esta es la razón por la cual, una vez, quienes se elevaban del vulgo eran tenidos como “brujos”; y dado que se creía que cada ciencia sobrehumana venía del “diablo”, ellos eran conducidos a la hoguera. Hoy, en tiempos más avanzados de la civilización, se limitan a enviarlos al manicomio.
“Milagro” sería aquel por el cual un ser humano que hubiese desencarnado fuese llamado, nuevamente, a la vida mediante la intervención divina, como ya fue dicho, porque es algo contrario a las leyes de la naturaleza. Pero, si esta persona tiene, únicamente, las apariencias de la ausencia de la vida, si permanece, en ella, una remanencia de vitalidad latente, y la ciencia, mediante una acción magnética alcance a reanimarle, para la gente conocedora esto sería un fenómeno natural; pero a los ojos del vulgo ignorante el hecho pasará por milagroso y el autor será o lapidado o venerado, según el carácter de los individuos. Si en medio de ciertas campiñas un físico lanza al aire un papagayo, o cometa, y hace caer un rayo sobre un árbol, este nuevo Prometeo será, ciertamente, tenido como un hombre armado de potencia diabólica. Y, sea dicho de paso, Prometeo, según nosotros, pareciera haber precedido a Franklin; pero Josué, que detiene el movimiento del sol, o más bien de la tierra, genera, para nosotros, el verdadero milagro, por cuanto no conocemos ningún magnetizador dotado de una potencia tan grande para operar un prodigio similar. Entre todos los fenómenos espirituales, uno de los más extraordinarios es, sin duda, el de la escritura directa, por cuanto demuestra, en la manera más clara, la acción de las inteligencias ocultas; pero no por esto es más milagroso de los demás fenómenos atribuidos a los agentes invisibles; por cuanto estos seres ocultos que pueblan el espacio son una potencia de la naturaleza, cuya acción es constante sobre el mundo material, tanto como sobre el moral.
La Doctrina Universal, iluminándonos sobre esta potencia, nos da la llave de una cantidad de cosas inexplicadas e inexplicables de todos los demás medios, y que han podido ser tenidas por prodigiosas en tiempos pasados; ella revela, como por su lado lo hace el magnetismo, una ley, si no desconocida, por lo menos mal comprendida; o, mejor dicho, se conocían los efectos, ya que se han producidos en todos los tiempos, pero se ignoraba la ley de la cual eran regidos, y esta ignorancia generó la superstición. Conocida esta ley, lo maravilloso desaparece y los fenómenos reentran en el orden de las cosas naturales. Esta es la razón por la cual los espiritas no realizar “milagros” en el movimiento de las mesas, o en la comunicación escrita de los Espíritus, más de lo que lo haga el médico reviviendo una persona, o el físico atrayendo el rayo.
Quien pretendiese, con la ayuda de esta ciencia, hacer “milagros”, sería un ignorante, o un charlatán.
10.   Los fenómenos espiritas, al igual que los magnéticos, antes de que se conociese la causa, fueron creídos prodigios; ahora, como los escépticos, los espíritus fuertes, es decir, aquellos que creen tener el privilegio exclusivo de la razón y del buen sentido, no consideran posible una cosa desde el momento en que no la comprenden, de esta manera todos los hechos creídos prodigiosos constituyen el objeto de sus burlas; y dado que las diversas espiritualidades contienen un gran número de hechos de este género, ellos no creen en la espiritualidad, y de ahí a la incredulidad absoluta no hay más que un paso. La Doctrina Espirita, explicando la mayor parte de estos hechos, les otorga una razón de ser. Ello viene, por lo tanto, en ayuda de la espiritualidad demostrando la posibilidad de ciertos hechos, los cuales, aunque privados del carácter milagroso, no son menos extraordinarios; y Dios no queda menos grande, ni menos potente, mientras no derogue sus leyes.
De estas burlas no fueron objeto las levitaciones de José de Cupertino! Ahora, la suspensión etérea de los cuerpos pesados es un hecho explicado por la ley espirita; nosotros fuimos testigos oculares, y el señor Home, al igual que otras personas conocidas, han repetido en diversas ocasiones los fenómenos realizados por José de Cupertino. Por lo tanto, este fenómeno entra en el orden de las cosas naturales, aun cuando no sean comunes.
11.   En el número de los hechos de este género conviene poner en primera línea las apariciones, por cuanto estas son más frecuentes.  Aquella de la Salette, sobre la cual existe divergencia de opiniones, nada tiene de insólito para nosotros. Ciertamente, nosotros no podemos afirmar que el hecho haya tenido lugar, ya que no tenemos la prueba material; pero, para es posible, ya que conocemos miles de casos análogos de manifestación reciente. Creemos, no solamente porque su realidad es para nosotros algo aceptado, sino, sobretodo porque nos percatamos de la manera en la cual se producen. Reenviamos al lector a la teoría, que damos enseguida, de las apariciones, y cada quien podrá descubrir como este fenómeno se convierte en algo tan simple y plausible, cuanto muchos fenómenos físicos, que parecen prodigiosos únicamente porque no se posee la explicación. En cuanto, luego, al personaje que se presentó en la Salette, es una cuestión diferente; su identidad no nos ha sido, en absoluto, demostrada; constatamos, simplemente, que una aparición pudo haber tenido lugar, el resto no es de nuestra competencia; cada quien puede, sobre este punto, conservar sus convicciones; la Doctrina Espirita no debe ocuparse de ello. Aseguramos, solamente, que los hechos producidos por el Espiritismo nos revelan nuevas leyes y nos dan la llave de una cantidad de cosas que parecían sobrenaturales; si algunos de estos hechos, que pasaban por milagros encuentran una explicación lógica, esto constituye un motivo adicional para no apresurarse a negar lo que no se comprende. Los fenómenos espiritas son demostrados por determinadas personas, precisamente porque, pareciendo salir de la ley común, no se puede rendir cuenta. Dadle  a ellos una base racional, y cesará la duda. La explicación, en este siglo que no se conforma con simples palabras, es, por lo tanto, un poderoso motivo de convicción; de esta manera, nosotros vemos, cada día, personas que no fueron jamás testigos de algún hecho, que no tuvieron nunca modo de ver una mesa giratoria, ni a un sensitivo escribir, y que, no obstante, están convencidas tanto como nosotros únicamente porque han leído y comprendido. Si deberíamos creer, solamente, a lo que hemos visto con los ojos, nuestras convicciones se reducirían a muy poca cosa.                                                                                                                                                                                                                  



No hay comentarios:

Publicar un comentario